domingo, 31 de marzo de 2013

El cementerio perfecto

Si los españoles salieron a buscar la India y descubrieron América, yo salí sin rumbo fijo a la librería y me topé con La Sombra del Viento de Carlos Ruiz Zafón. ¿La relación? Ambos hallazgos resultaron maravillosos. 
Recuerdo que lo compré en Tecniciencia, prácticamente regalado (12 bolívares, hagan sus cuentas). No conocía al autor e ignoraba que la grandiosidad del libro y  la fama que tenía en España, pero la portada me llamó la atención.
Pasó a engordar mi biblioteca, impoluto, aún en su empaque de plástico. Una amiga mexicana empezó a citarlo constantemente y ni así me animé a leerlo. Transcurrieron los años y nunca lo toqué. No fue sino hasta que conocí a Ángel que me atreví a agarrarlo. Hablábamos de libros y me dijo que era justo ese el que leía en ese momento. Me contó tantas maravillas, que al otro día lo rescaté del foso.
Allí estaba La Sombra del Viento: nuevo, perfecto, con esa historia semicursi e inspiradora que hace vibrar a cualquier amante de los libros: gira en torno a la idea magnífica de la existencia de un Cementerio de Libros Olvidados. 
Sí, se trata del lugar a donde van los libros que dejamos tirados, que alguien olvidó o que algún inescrupuloso botó. Esa majestuosidad es cuidada por varios libreros y presentada a Daniel, un jovencito de diez años cuya madre murió y que despierta sobresaltado una noche cuando nota que ya no recuerda su rostro.
Para animarlo, su padre lo lleva a este lugar y le pide que elija un libro: un tesoro que ahora debe cuidar. Un magnetismo de amor a primera vista se produjo cuando encontró La Sombra del Viento, escrito por Julián Carax. Esa misma noche lo devora -a todos los amantes de los libros nos ha pasado- y quiere saber más del autor y sus obras. Entonces descubre una historia que entreteje el suspenso, el amor apasionado y mucho dolor. 
Ambientado en la España franquista, también recrea el machismo de la época que hace ruido hasta que te encuentras con mujeres aguerridas que, a su manera, echan al suelo los muros de la desigualdad.
Para mí, La Sombra del Viento constituye una obra excelente, llena de frases que no podía dejar de compartir por Twitter, con la esperanza de que alguien más se animara a leerlo -y lo logré-. 
Me enamoré de Fermín, un personaje que carece de la educación de colegios y oculta otra historia de desconsuelo- Está cargado de una sabiduría divina, que te llena de lecciones página tras página. Aunque al final se me hizo un poco cliché, la emoción de las páginas previas sopesaron la molestia.
El libro es considerado una de las más destacadas obras de la narrativa contemporánea -ganó un puesto en la lista realizada por escritores y críticos como uno de los 100 mejores libros en castellano de los últimos 25 años- y rápidamente se convirtió en best seller, lo que le dio la oportunidad a Zafón de crear una saga. A La Sombra del Viento le sigue El Juego del Ángel, El Prisionero del Cielo y un cuarto libro aún por publicar.
Una vez leído, no me queda más que agradecer: a Tecniciencia por ponerlo en mis manos, a Ángel por animarme a leerlo y a Zafón, por darme tan hermosas lecciones y la ilusión de un Cementerio de Libros Olvidados donde quisiera reposar algún día.

Algunas citas:
Los libros son espejos: solo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro
Para cuando la razón entiende lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas.
En el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien ya has dejado de quererle para siempre.
Existimos mientras somos recordados.
El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Pero lo que no hace son visitas a domicilio. Hay que ir a por él.
Nunca te fíes de nadie, especialmente de los que admiras. Esos te pegarán las peores puñaladas.

sábado, 30 de marzo de 2013

El psicólogo más barato

-Ir a una bruja es como ir a un psicólogo... pero más barato.
Reí ante aquella reflexión de A, mi gran amigo, en una de esas noches interminables donde estábamos recuperando el contacto y yo le contaba mis penas amorosas. No había pasado una semana de haber culminado una patética "relación" y me sentía desolada, perdida y sin esperanzas de superar el dolor. Él me contaba sus impresiones, me regañaba, me cacheteaba con sus palabras y al final, me hacía carcajear.
Ese día había tomado la decisión de cumplir una fantasía tonta: que me echaran las cartas. Siempre me había dado curiosidad el tema y en ese momento parecía cumplir todos los requisitos para hacerlo: tener el corazón roto y una conocida que, a su vez, sabía de una "bruja buenísima". Me convertí en la típica venezolana: la llamé, cuadramos la cita y fui la mañana siguiente, antes de ir a trabajar. Quien me había dado la referencia, también me acompañaba.
Era la primera vez que esa mujer pasaba consulta en su casa, un cuarto pequeñito por el cual se disculpó desde que llegué. No había gato negro, ni ambiente entre cortinas de colores, ni velas. El reducido espacio apenas le daba para amontonar las ofrendas a los muertos y los santos en una esquina. Eso sí, nos recibió como una gran anfitriona, ofreciéndonos café y conversando trivialidades. 
Yo estaba llena de preguntas sobre el mundo del oscurantismo; ella me explicaba con cautela y contaba anécdotas. Cada respuesta generaba otro cuestionamiento de mi parte, tantos que entendí que se trataba de un universo demasiado grande y denso, imposible de dilucidar en una visita.
Pronto llegó el momento esperado: ver mi futuro en un montón de imágenes. Llevé una vela blanca -como me lo pidieron- y la encendí mientras conectaba mi mente, mi alma y la de mis muertos en las cartas. Quien se disponía a leerlas, también le pedía permiso a mis antepasados y a los suyos para que me enseñaran lo que necesitaba saber. 
La mujer barajeó el manojo, repartió las cartas y las ubicó sobre la mesa en una especie de torre donde el pico daba el inicio de la lectura. Al voltearla salió LA MUERTE; ella me miró fijamente e increpó:
-Acabas de terminar una relación, ¿verdad?
La chica que me acompañaba rió con estruendo y yo afirmé con timidez. Pensaba que seguramente ella había contado algo, lo que se hacía cada vez más incómodo a medida que la adivina volteaba cada una de las cartas y diseccionaba lo que había vivido durante el tiempo que duró la relación que nunca fue.
-Esta persona tiene un carácter terrible... tú también... intentaste luchar con ese carácter. Huy, eso fue... Uff.
Me limitaba a asentir y esbozar medias sonrisas. Si siquiera se me ocurría defender a la persona en cuestión, me caía un chaparrón.
-Esta persona te sacó dinero, ¿verdad?- preguntó
-Bueno, tanto como sacar no...
-Sí te sacaba. Despierta. Te lo manda a decir tu gente.
Bueno, si mi abuela me mandaba a decir eso, no me quedaba otra opción que quedarme callada, que a la familia se le respeta. 
La primera parte de la lectura culminó con el comentario que mi intento de pareja se acaba de ir de viaje a "tierras de aguas" (cierto), que mucha gente había metido las narices en esa "relación" (cierto), además de otros detalles que prefiero reservarme. La "bruja" me lanzó una pregunta que no pensé que tendría tanta fuerza.
-¿Esa relación cómo quedó? 
-Bien. Cordial.
-¡Ja! Ahora es cuando la cosa se va a poner buena, vas a ver.
Esa historia -la mía- parecía llenar de gozo a la adivina, quien encantada buscaba más café. Alegaba que "las cartas están buenas".
-Esto pasa a veces, que te vienes a hacer una lectura y te hablan es de otra persona.
Yo continuaba con cierto escepticismo, hasta que llegamos a la segunda parte. En ese momento hablamos de mi familia y esta mujer sabía cosas que jamás le hubiera contado a mi acompañante. Cómo era mi padre, mi madre, mi hermano mayor y la relación que tenía con ellos. Dijo cosas que hasta mi memoria se había obligado a enterrar y que me atreví a negar, hasta que por fin se iluminó mi cerebro.
Cuando habló de mi trabajo, me dio otro mensaje de los míos.
-Te lo tengo que decir porque me están gritando al oído: te dicen que si quieres algo distinto, tienes que buscarlo, que sabes que tienes que estudiar y estás parada. Que tienes que empezar a moverte.
También era cierto. Había llegado a un punto donde estaba sumida en la rutina, ahogada en las mismas historias, cansada y a un paso de renunciar. 
Finalmente, me habló de un par de hombres que llegarían a mi vida sin mayor trascendencia, que había gente con malas intenciones a mi alrededor y que el campo del romance aún no iba a germinar.
-Pero olvídate de ese hombre, ¡chica!. Ese no es.
Recuerdo que salí cubierta de energía, completamente relajada y con una felicidad que vibraba desde el interior. Después de trabajar, fui a casa de mi mejor amiga para contarle lo que había pasado.
-Me alegra que te haya servido, pero todo eso te lo pude decir yo y gratis. Te lo vengo diciendo hace tiempo, pero no me paras.
Tenía razón, pero A también la tenía. Esa visita, que bien podría rayar en uno de los episodios más patéticos de mi vida (como bien me lo dijo alguien hace poco), tuvo el mismo efecto de un psicólogo: me dio esperanza, tranquilidad aunque debo reconocer que también un poco de paranoia. 
Cada cosa que pasaba, cada persona que tocaba mi puerta, cada imagen, me recordaba ese día y las palabras de la bruja.
No puedo decir que realmente dilucidó mi futuro porque el mundo es relativo. Tampoco podría afirmar o negar que algún día vuelva a ir, pero si alguien me pregunta, le paso el dato. Cualquier atisbo de fe y felicidad es agradecido, más en estos tiempos que vivimos y es divertido que la vida te lance guiños de cuando en vez.

jueves, 28 de marzo de 2013

Ella era tan bella que despertaba sonrisas

Aunque la novela es mi tipo de literatura por excelencia, el nombre de Iván Loscher pudo conmigo. Su voz cálida y aterciopelada ha acariciado mi oído por años y su conocimiento de música siempre me deja boquiabierta. De esta manera compré "Ella era tan bella que levantaba sospechas", en su segunda edición para la editorial Planeta. No me arrepentí.
Son 209 páginas de historias cortas, cuentos frescos cargados de realidad y humor, algunos autobiográficos, otros de la vida misma. Puedes carcajearte con la inverosímil inteligencia/ocurrencia de los hijos del locutor, las peripecias que conllevan cambiar de look después de muchos años y las locuras de lectores/oyentes que envían mails impresionantes.
Para mí, que soy de difícil reír, agradecí la habilidad de Loscher para plasmar en papel tales historias y provocarme una tarde demasiado grata. La editorial es muy sabia, además, al colocar un tipo y número de fuente sencilla, conscientes de quiénes serán sus lectores.
Lo recomiendo profundamente a quienes se inician en el arte de los monólogos y el Stand Up, porque viene cargado de ideas que te demuestran que no es necesario tomarse quince minutos divagando sobre sexo, mujeres y el gobierno para hacer reír. El humor está en todo. Solo hay que agudizar el ojo para encontrarlo.

martes, 26 de marzo de 2013

El Cole de Colombia: “La pasión por el fútbol va más allá de la razón”

Fotos: Miguel Frontado

Aclaremos. Aclaremos que cumplo con el típico estereotipo femenino de las que no saben nada de
fútbol. Aclaremos que si veo uno que otro partido del Real Madrid es para deleitar mis pupilas con el adonis de Iker Casillas y que, por mucho que me han explicado, nunca identifico una posición adelantada.
Por eso, cuando -con mi muy limitada visión- divisé a este personaje en el altar de la Iglesia Nuestra Señora de Fátima dando el testimonio de cómo Dios salvó su vida, me pareció eso: un personaje. Pero mientras esperaba que Monseñor Mariano Parra terminara de saludar a los feligreses, noté que muchos de los asistentes a la misa de Domingo de Ramos no abandonaban la parroquia. Todos querían tomarse fotos con él.
Sí, era un hombre pintoresco, de vestimenta peculiar y un look rebelde, pero uno no va por la calle haciéndose fotos con cuanto bicho raro encuentre. Fue entonces que agudicé mi oído y escuché cómo hablaba de la selección colombiana de fútbol, que estaba aquí para apoyarlos en el partido contra Venezuela, así como ha hecho en cada eliminatoria desde hace 24 años. Él era “El Cole” y si yo no sabía de fútbol, tenía la certeza que conversar con él me dejaría buen sabor de boca. No me equivoqué.

Hasta el alma
Gustavo Llanos es su nombre, aunque él nunca quiso decírmelo. Lo averigüé gracias a San Google, porque él siempre se identificó como “El Cole”.
-¿No es ese tu personaje?
-No, mi personaje es el Cóndor de Colombia.
Poco a poco me voy dando cuenta que esta invención suya la lleva arraigada en el pecho. Así cuenta, por ejemplo, que su esposa es “La Colelé” y que no usa celular, ni Internet para ser fiel a la figura que representa.
-Yo no uso nada de nada porque, como mi personaje, debo ser lo más fidedigno (...) Yo trato de ser lo más original posible y me siento original porque me gusta romper todos los esquemas y todos los paradigmas.
De eso no cabe la menor duda. Así va él por la calle con lo que llama sus “pintas ejecutivas”: lo que usa para estar en hoteles e ir a la Iglesia. Se trata de una especie de vestimenta deportiva con el tricolor colombiano; unos zapatos amarillos pollito, cada uno con una trenza de diferente color: una azul y otra roja.
El ajuar lo completan rosarios y crucifijos en el cuello, unas uñas perfectamente pintadas también de amarillo azul y rojo y el cabello. Madre de Dios, el cabello...
La melena de este hombre es algo de otro mundo (y lo escribe una persona que en este momento lleva 'mechas' moradas). Tiene una cresta, pintada con los colores patrios. El resto lo componen varias líneas, cada una de un color diferente; un verdadero espectáculo que a él le fascina.
-Esta es la cresta del cóndor. La ideó mi estilista. Él es pintor, artesano y peluquero. Él me maquinó todo eso. Nunca hemos repetido un estilo en 24 años. La cresta sí, el resto es diferente.

El cóndor de Colombia
En los partidos, la cresta se complementa con un traje enorme y alado de lentejuelas. Suele pintarse la
cara y desde las gradas, anima como nadie a su selección. Para él, el fútbol es una pasión “y como pasión, a veces está por encima de la razón”, dice. Gran parte de la responsabilidad al convertirse en este ícono, la tiene su padre.
-Esto se lo debo a mi padre que me inculcó el fútbol. Me llevaba al estadio agarrado de la mano.
“El Cole” es de Barranquilla, la ciudad donde nace el fútbol en Colombia, según me cuenta. El 1989, la localidad fue elegida como sede para las eliminatorias del mundial Italia 90. Allí vio la oportunidad perfecta para trascender y convertirse en la efigie de su equipo.
-Saco el cóndor porque digo: ¿qué despierta la selección Colombia? Patriotismo, nacionalismo. Voy a los símbolos patrios y veo el cóndor. Le hago una metamorfosis: le pongo las alas y todo eso. Por primera vez encarno ese personaje, veo que gusta, clasificamos y me voy con Colombia para el mundial.

Contra los estereotipos
Para ir a Italia, se hizo su primer corte alocado. En su nuca se leía “Colombia”. Así experimentó la discriminación y entendió que lo que hacía debía mostrar aún más profundidad. Quería cambiar el estereotipo colombiano.
-Los italianos me decían: Colombí, colombí... Pablo Escobar y eso me duele muchísimo. La cocaína estaba en su apogeo y, como valor agregado se convierte en una meta ser en un embajador de Colombia, dar una imagen linda de Colombia, porque en el exterior estaba por el suelo. Decían que éramos drogadictos, que éramos expendedores de vicios.
Ahora tiene una misión más: llevar la palabra de Dios. Por eso me pide que destaque que es cristiano católico, que trabaja con niños y jóvenes, porque la súbita fama que consiguió siendo “El Cole”, lo llevó al fondo de un foso emocional.
El amor al fútbol también influyó. En el mundial de 1994, Colombia contaba con un trabuco de selección; la mejor que se ha visto hasta ahora, me recalca. La posibilidad de ser campeones se paseó por su mente como un hecho, pero el equipo fue el primero en ser eliminado. El ego, que volaba junto al cóndor, se vino al suelo y “El Cole” consideró retirarse.
-Yo era mal padre, mal esposo, borrachón y todo eso. Era infiel. Tuvo que pasarme eso para entregarme  a Cristo. Ahora: primero Cristo, segundo Colombia y tercero, el fútbol.
Por ello lleva una bandera donde reza: Cristo luz de las naciones y en su “traje de domingo” está grabado “Cristo está con el Cole”.

La gran incógnita
Mientras “El Cole” me cuenta cuántos países ha visitado y los mundiales en los que ha animado, hay
una pregunta que se cierne en mi cabeza. ¿Cómo paga todo esto? Recuerdo a Luz Marina y Leomar, dos compañeros de trabajo que tuvieron la dicha de ganarse un viaje a la final de la copa en Sur África 2010 y mientras afinaban los detalles del viaje, ella me comentó que el premio, si fuera en efectivo, le hubiera servido para comprarse una casa, o para una buena inicial.
Para completar, este hombre me dice que, cuando no es “El cóndor de Colombia”, trabaja como mensajero. Olvido la “delicadeza” y lo encaro.
-Tengo patrocinadores. Cuando viene cada partido, me pagan todo. Son dos empresas barranquilleras que aumentaron sus ventas con todos estos viajes.
No es para menos. En todo este tiempo, Gustavo se ha convertido en referencia de la oncena colombiana, con la que suele compartir.
-Hablo con ellos (los jugadores) pero trato de ser prudente. No me gusta quedarme en el mismo hotel (...). Cuando no les va bien dicen que es que no los dejan entrenar, que los molestan mucho. Los saludo, pero no los molesto.
-¿Y cuál es tu jugador favorito en este momento?
Yo no hablo de favoritos, hablo de un equipo. Evidentemente hay líderes, pero no tengo uno en especial. Todos hacen parte de una gran selección.
Es inútil preguntarle cuál es el resultado que espera este martes, porque estoy segura que es completamente diferente al mío (sí, dije que no veo fútbol, pero eso no quiere decir que no quiera que gane la Vinotinto). Opto por inquirir qué verán de él quienes acudan al Cachamay.
-Ésta vez estoy estrenando un antifaz de la selección Colombia. Es nuevo.
Ante mi ignorancia, también pregunto si hay más personas como él: más fanáticos de pura cepa, al lado de su selección todo el tiempo.
-Ahora mismo hay muchos países que me han emulado, que me han plagiado. En Colombia, los clubes locales tienen su “Cole”. 
-Supongo que te queda la satisfacción de ser el primero
-No, para nada. No estoy buscando el primer lugar.

El relevo
Tiene 60 años, me dice, pero es difícil creerle. “El Cole” tiene una vitalidad y una contagiosa energía adolescente. Sus cejas me muestran otra historia. Son completamente canosas.
-¿Quieres que alguien te releve? ¿Un hijo tuyo, quizá?
-Me gustaría que alguien me releve. Que sea un colombiano. Yo estaré con la selección hasta que Dios me de fuerza, la salud. Muevo muchos los brazos y no somos cuerpos gloriosos. Ya llegará el momento donde haré como un viejito.

***

He aquí el texto íntegro que escribí para Diario Primicia. Me pidieron tres mil caracteres, pero redacté el doble. Tuvo que ser editado (espacio, espacio). 

Lyla y "El Cole"
Foto: Miguel Frontado

martes, 19 de marzo de 2013

Malo, muy malo

"A sus 30 años, Gala parece haber triunfado en la vida: es una glamurosa y bien pagada relaciones públicas que sabe pasárselo en grande. Pero cuando pierde el móvil, su agitada vida social se ve trastocada y parece que el suelo se le hunde bajo los pies, así que decide refugiarse en su grupo de amigas. Sin embargo, Cloe, Aya e Ingrid también tienen sus propios problemas... Malas, malísimas es un soplo de aire fresco en la literatura femenina, una mirada crítica y honesta a conflictos de la madurez, como el sexo, la maternidad, la edad y el futuro"




Así va el prólogo de Malas, malísimas, la "ópera prima" de la periodista Zulima Martínez. El libro llegó a mis manos por mero masoquismo: estaba en una librería con poco crédito en la tarjeta, pero con las ganas de aligerar mis pensamientos con alguna obra. Por alguna razón esta llegó a mis manos y aunque el resumen me pareció patético, el sello de "best seller" en la portada me dijo que valdría la pena darle una oportunidad. Craso error. (Primera lección: siempre hazle caso a tus corazonadas).

Fueron casi 200 páginas las que leí en una noche. No hubiera querido dedicarle más tiempo a un escrito con interlineado de 0,5 centímetros, ese mismo que usé cuando era estudiante y me quedaba sin ideas, pero tenía que escribir un mínimo de hojas sobre un trabajo. Eso ya me indicaba que la novela no tenía mucho que decir.

Tampoco me equivoqué. Malas, malísimas es un Sex and the city, sin el sexo, sin el chiste, sin el gancho, sin el sabor. Y lo comparo con la serie estadounidense por una sola razón: son cuatro amigas que pisaron los 30, viendo a los lados, esperando que llegue una señal divina que les diga qué hacer con sus vidas amorosas (porque la profesional pinta bastante bien).

Nunca entendí (y me pareció pesado y fastidioso para el texto) que la autora se hiciera de adjetivos para referirse a los personajes. Tenemos entonces que Gala trabaja como relacionista pública y cada vez que habla de ella, la menciona como eso: "entonces la relaciones públicas pensó"... Así con el resto de los personajes, cosa que me recordó a mis temporadas de lectora de fanfictions, donde abunda eso de "el ojiverde" y demás tonterías.

Tomamos cuatro historias (cinco, en realidad), las mostramos, pero no pasa nada relevante. Sabemos de dónde vienen las chicas, pero no hacia dónde van. El final es inconcluso, con un terrible sabor de boca y las ganas de que te devuelvan el dinero del libro (¡bravo, Lyla!).

Zona de spoilers

Gala, que es la protagonista, tiene la historia menos importante. Una mujer que finge tener alta autoestima, pero que en el fondo se desmenuza ante la posibilidad de una historia de amor. Aya, esa amiga que no le importa nada, que lleva una vida demasiado tranquila y tiene sexo sin consecuencias, sin pensar mucho (o nada) en lo que vendrá. 
Ingrid tampoco se valora, metida en una relación (para ella, no para su pareja) que realmente no le aporta nada y Cloe... la que tiene la casita, el maridito y el perro, pero que es infeliz porque oculta sus ganas de experimentar con chicas. Finalmente, no lo hace (por lo que le doy la medalla como la más inteligente del grupo).

Fin del spoiler

Pero como dije en mi dedicatoria (tengo la idea de regalarlo): siempre es bueno leer, hasta lo que es malo. Quizás a ti te guste. A mí me pareció un desperdicio y espero que alguien le diga a la autora que continúe en su mundo de filología, periodismo de cultura, traducciones y críticas literarias. Eso, o que por lo menos madure sus personajes. Los lectores lo agradecerán profundamente.

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