Aclaremos. Aclaremos que cumplo con el típico estereotipo femenino de
las que no saben nada de
fútbol. Aclaremos que si veo uno que otro partido del
Real Madrid es para deleitar mis pupilas con el adonis de Iker Casillas y que,
por mucho que me han explicado, nunca identifico una posición adelantada.
Por eso, cuando -con mi muy limitada visión- divisé a este personaje
en el altar de la Iglesia Nuestra Señora de Fátima dando el testimonio de cómo
Dios salvó su vida, me pareció eso: un personaje. Pero mientras esperaba que
Monseñor Mariano Parra terminara de saludar a los feligreses, noté que muchos
de los asistentes a la misa de Domingo de Ramos no abandonaban la parroquia.
Todos querían tomarse fotos con él.
Sí, era un hombre pintoresco, de vestimenta peculiar y un look
rebelde, pero uno no va por la calle haciéndose fotos con cuanto bicho raro
encuentre. Fue entonces que agudicé mi oído y escuché cómo hablaba de la
selección colombiana de fútbol, que estaba aquí para apoyarlos en el partido
contra Venezuela, así como ha hecho en cada eliminatoria desde hace 24 años. Él
era “El Cole” y si yo no sabía de fútbol, tenía la certeza que conversar con él
me dejaría buen sabor de boca. No me equivoqué.
Hasta el alma
Gustavo Llanos es su nombre, aunque él nunca quiso decírmelo. Lo
averigüé gracias a San Google, porque él siempre se identificó como “El Cole”.
-¿No es ese tu personaje?
-No, mi personaje es el Cóndor de Colombia.
Poco a poco me voy dando cuenta que esta invención suya la lleva
arraigada en el pecho. Así cuenta, por ejemplo, que su esposa es “La Colelé” y
que no usa celular, ni Internet para ser fiel a la figura que representa.
-Yo no uso nada de nada porque, como mi personaje, debo ser lo más
fidedigno (...) Yo trato de ser lo más original posible y me siento original
porque me gusta romper todos los esquemas y todos los paradigmas.
De eso no cabe la menor duda. Así va él por la calle con lo que
llama sus “pintas ejecutivas”: lo que usa para estar en hoteles e ir a la
Iglesia. Se trata de una especie de vestimenta deportiva con el tricolor
colombiano; unos zapatos amarillos pollito, cada uno con una trenza de
diferente color: una azul y otra roja.
El ajuar lo completan rosarios y crucifijos en el cuello, unas uñas
perfectamente pintadas también de amarillo azul y rojo y el cabello. Madre de
Dios, el cabello...
La melena de este hombre es algo de otro mundo (y lo escribe una
persona que en este momento lleva 'mechas' moradas). Tiene una cresta, pintada
con los colores patrios. El resto lo componen varias líneas, cada una de un
color diferente; un verdadero espectáculo que a él le fascina.
-Esta es la cresta del cóndor. La ideó mi estilista. Él es pintor,
artesano y peluquero. Él me maquinó todo eso. Nunca hemos repetido un estilo en
24 años. La cresta sí, el resto es diferente.
El cóndor de Colombia
En los partidos, la cresta se complementa con un traje enorme y
alado de lentejuelas. Suele pintarse la
cara y desde las gradas, anima como
nadie a su selección. Para él, el fútbol es una pasión “y como pasión, a veces
está por encima de la razón”, dice. Gran parte de la responsabilidad al
convertirse en este ícono, la tiene su padre.
-Esto se lo debo a mi padre que me inculcó el fútbol. Me llevaba al
estadio agarrado de la mano.
“El Cole” es de Barranquilla, la ciudad donde nace el fútbol en
Colombia, según me cuenta. El 1989, la localidad fue elegida como sede para las
eliminatorias del mundial Italia 90. Allí vio la oportunidad perfecta para
trascender y convertirse en la efigie de su equipo.
-Saco el cóndor porque digo: ¿qué despierta la selección Colombia?
Patriotismo, nacionalismo. Voy a los símbolos patrios y veo el cóndor. Le hago
una metamorfosis: le pongo las alas y todo eso. Por primera vez encarno ese
personaje, veo que gusta, clasificamos y me voy con Colombia para el mundial.
Contra los estereotipos
Para ir a Italia, se hizo su primer corte alocado. En su nuca se
leía “Colombia”. Así experimentó la discriminación y entendió que lo que hacía
debía mostrar aún más profundidad. Quería cambiar el estereotipo colombiano.
-Los italianos me decían: Colombí, colombí... Pablo Escobar y eso me
duele muchísimo. La cocaína estaba en su apogeo y, como valor agregado se
convierte en una meta ser en un embajador de Colombia, dar una imagen linda de
Colombia, porque en el exterior estaba por el suelo. Decían que éramos
drogadictos, que éramos expendedores de vicios.
Ahora tiene una misión más: llevar la palabra de Dios. Por eso me
pide que destaque que es cristiano católico, que trabaja con niños y jóvenes,
porque la súbita fama que consiguió siendo “El Cole”, lo llevó al fondo de un
foso emocional.
El amor al fútbol también influyó. En el mundial de 1994, Colombia
contaba con un trabuco de selección; la mejor que se ha visto hasta ahora, me
recalca. La posibilidad de ser campeones se paseó por su mente como un hecho,
pero el equipo fue el primero en ser eliminado. El ego, que volaba junto al
cóndor, se vino al suelo y “El Cole” consideró retirarse.
-Yo era mal padre, mal esposo, borrachón y todo eso. Era infiel.
Tuvo que pasarme eso para entregarme a
Cristo. Ahora: primero Cristo, segundo Colombia y tercero, el fútbol.
Por ello lleva una bandera donde reza: Cristo luz de las naciones y
en su “traje de domingo” está grabado “Cristo está con el Cole”.
La gran incógnita
Mientras “El Cole” me cuenta cuántos países ha visitado y los mundiales
en los que ha animado, hay
una pregunta que se cierne en mi cabeza. ¿Cómo paga
todo esto? Recuerdo a Luz Marina y Leomar, dos compañeros de trabajo que
tuvieron la dicha de ganarse un viaje a la final de la copa en Sur África 2010
y mientras afinaban los detalles del viaje, ella me comentó que el premio, si
fuera en efectivo, le hubiera servido para comprarse una casa, o para una buena
inicial.
Para completar, este hombre me dice que, cuando no es “El cóndor de
Colombia”, trabaja como mensajero. Olvido la “delicadeza” y lo encaro.
-Tengo patrocinadores. Cuando viene cada partido, me pagan todo. Son
dos empresas barranquilleras que aumentaron sus ventas con todos estos viajes.
No es para menos. En todo este tiempo, Gustavo se ha convertido en
referencia de la oncena colombiana, con la que suele compartir.
-Hablo con ellos (los jugadores) pero trato de ser prudente. No me
gusta quedarme en el mismo hotel (...). Cuando no les va bien dicen que es que
no los dejan entrenar, que los molestan mucho. Los saludo, pero no los molesto.
-¿Y cuál es tu jugador favorito en este momento?
Yo no hablo de favoritos, hablo de un equipo. Evidentemente hay
líderes, pero no tengo uno en especial. Todos hacen parte de una gran
selección.
Es inútil preguntarle cuál es el resultado que espera este martes,
porque estoy segura que es completamente diferente al mío (sí, dije que no veo
fútbol, pero eso no quiere decir que no quiera que gane la Vinotinto). Opto por
inquirir qué verán de él quienes acudan al Cachamay.
-Ésta vez estoy estrenando un antifaz de la selección Colombia. Es
nuevo.
Ante mi ignorancia, también pregunto si hay más personas como él:
más fanáticos de pura cepa, al lado de su selección todo el tiempo.
-Ahora mismo hay muchos países que me han emulado, que me han
plagiado. En Colombia, los clubes locales tienen su “Cole”.
-Supongo que te queda la satisfacción de ser el primero
-No, para nada. No estoy buscando el primer lugar.
El relevo
Tiene 60 años, me dice, pero es difícil creerle. “El Cole” tiene una
vitalidad y una contagiosa energía adolescente. Sus cejas me muestran otra
historia. Son completamente canosas.
-¿Quieres que alguien te releve? ¿Un hijo tuyo, quizá?
-Me gustaría que alguien me releve. Que sea un colombiano. Yo estaré
con la selección hasta que Dios me de fuerza, la salud. Muevo muchos los brazos
y no somos cuerpos gloriosos. Ya llegará el momento donde haré como un viejito.
***
He aquí el texto íntegro que escribí para Diario Primicia. Me pidieron tres mil caracteres, pero redacté el doble. Tuvo que ser editado (espacio, espacio).
Lyla y "El Cole"
Foto: Miguel Frontado
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