-Ir a una bruja es como ir a un psicólogo... pero más barato.
Reí ante aquella reflexión de A, mi gran amigo, en una de esas noches interminables donde estábamos recuperando el contacto y yo le contaba mis penas amorosas. No había pasado una semana de haber culminado una patética "relación" y me sentía desolada, perdida y sin esperanzas de superar el dolor. Él me contaba sus impresiones, me regañaba, me cacheteaba con sus palabras y al final, me hacía carcajear.
Ese día había tomado la decisión de cumplir una fantasía tonta: que me echaran las cartas. Siempre me había dado curiosidad el tema y en ese momento parecía cumplir todos los requisitos para hacerlo: tener el corazón roto y una conocida que, a su vez, sabía de una "bruja buenísima". Me convertí en la típica venezolana: la llamé, cuadramos la cita y fui la mañana siguiente, antes de ir a trabajar. Quien me había dado la referencia, también me acompañaba.
Era la primera vez que esa mujer pasaba consulta en su casa, un cuarto pequeñito por el cual se disculpó desde que llegué. No había gato negro, ni ambiente entre cortinas de colores, ni velas. El reducido espacio apenas le daba para amontonar las ofrendas a los muertos y los santos en una esquina. Eso sí, nos recibió como una gran anfitriona, ofreciéndonos café y conversando trivialidades.
Yo estaba llena de preguntas sobre el mundo del oscurantismo; ella me explicaba con cautela y contaba anécdotas. Cada respuesta generaba otro cuestionamiento de mi parte, tantos que entendí que se trataba de un universo demasiado grande y denso, imposible de dilucidar en una visita.
Pronto llegó el momento esperado: ver mi futuro en un montón de imágenes. Llevé una vela blanca -como me lo pidieron- y la encendí mientras conectaba mi mente, mi alma y la de mis muertos en las cartas. Quien se disponía a leerlas, también le pedía permiso a mis antepasados y a los suyos para que me enseñaran lo que necesitaba saber.
La mujer barajeó el manojo, repartió las cartas y las ubicó sobre la mesa en una especie de torre donde el pico daba el inicio de la lectura. Al voltearla salió LA MUERTE; ella me miró fijamente e increpó:
-Acabas de terminar una relación, ¿verdad?
La chica que me acompañaba rió con estruendo y yo afirmé con timidez. Pensaba que seguramente ella había contado algo, lo que se hacía cada vez más incómodo a medida que la adivina volteaba cada una de las cartas y diseccionaba lo que había vivido durante el tiempo que duró la relación que nunca fue.
-Esta persona tiene un carácter terrible... tú también... intentaste luchar con ese carácter. Huy, eso fue... Uff.
Me limitaba a asentir y esbozar medias sonrisas. Si siquiera se me ocurría defender a la persona en cuestión, me caía un chaparrón.
-Esta persona te sacó dinero, ¿verdad?- preguntó
-Bueno, tanto como sacar no...
-Sí te sacaba. Despierta. Te lo manda a decir tu gente.
Bueno, si mi abuela me mandaba a decir eso, no me quedaba otra opción que quedarme callada, que a la familia se le respeta.
La primera parte de la lectura culminó con el comentario que mi intento de pareja se acaba de ir de viaje a "tierras de aguas" (cierto), que mucha gente había metido las narices en esa "relación" (cierto), además de otros detalles que prefiero reservarme. La "bruja" me lanzó una pregunta que no pensé que tendría tanta fuerza.
-¿Esa relación cómo quedó?
-Bien. Cordial.
-¡Ja! Ahora es cuando la cosa se va a poner buena, vas a ver.
Esa historia -la mía- parecía llenar de gozo a la adivina, quien encantada buscaba más café. Alegaba que "las cartas están buenas".
-Esto pasa a veces, que te vienes a hacer una lectura y te hablan es de otra persona.
Yo continuaba con cierto escepticismo, hasta que llegamos a la segunda parte. En ese momento hablamos de mi familia y esta mujer sabía cosas que jamás le hubiera contado a mi acompañante. Cómo era mi padre, mi madre, mi hermano mayor y la relación que tenía con ellos. Dijo cosas que hasta mi memoria se había obligado a enterrar y que me atreví a negar, hasta que por fin se iluminó mi cerebro.
Cuando habló de mi trabajo, me dio otro mensaje de los míos.
-Te lo tengo que decir porque me están gritando al oído: te dicen que si quieres algo distinto, tienes que buscarlo, que sabes que tienes que estudiar y estás parada. Que tienes que empezar a moverte.
También era cierto. Había llegado a un punto donde estaba sumida en la rutina, ahogada en las mismas historias, cansada y a un paso de renunciar.
Finalmente, me habló de un par de hombres que llegarían a mi vida sin mayor trascendencia, que había gente con malas intenciones a mi alrededor y que el campo del romance aún no iba a germinar.
-Pero olvídate de ese hombre, ¡chica!. Ese no es.
Recuerdo que salí cubierta de energía, completamente relajada y con una felicidad que vibraba desde el interior. Después de trabajar, fui a casa de mi mejor amiga para contarle lo que había pasado.
-Me alegra que te haya servido, pero todo eso te lo pude decir yo y gratis. Te lo vengo diciendo hace tiempo, pero no me paras.
Tenía razón, pero A también la tenía. Esa visita, que bien podría rayar en uno de los episodios más patéticos de mi vida (como bien me lo dijo alguien hace poco), tuvo el mismo efecto de un psicólogo: me dio esperanza, tranquilidad aunque debo reconocer que también un poco de paranoia.
Cada cosa que pasaba, cada persona que tocaba mi puerta, cada imagen, me recordaba ese día y las palabras de la bruja.
No puedo decir que realmente dilucidó mi futuro porque el mundo es relativo. Tampoco podría afirmar o negar que algún día vuelva a ir, pero si alguien me pregunta, le paso el dato. Cualquier atisbo de fe y felicidad es agradecido, más en estos tiempos que vivimos y es divertido que la vida te lance guiños de cuando en vez.
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