Suena como el título de una popular trilogía de ciencia ficción y, visto
desde cierta perspectiva, lo es. Me topé con la terminología hace pocos
meses cuando inicié una relación sentimental con un chico cristiano. Ya había
escuchado el término "mundano", pero "inconverso" era una
palabra ajena a mi léxico. Resulta que yo era eso; una persona que "no
sigue a Jesucristo".
Mi relación con Dios ha tenido sus
altibajos. Nací en un hogar "católico", con grandes comillas, porque
conocíamos las tradiciones y celebrábamos ciertas fechas, como cualquier otro venezolano, pero no éramos devotos. Mi acercamiento al catolicismo llegó como a los once años cuando me inscribieron en catequesis para hacer la comunión. A estas alturas de
mi vida, creo que fue un asunto de presión social o de lo que mi madre conocía como "el deber ser". Después de todo, no asistíamos a la Iglesia.
¿Por qué tendríamos que seguir los sacramentos?
De una forma u otra, me volví asidua a la Iglesia. Mi hermana
cantaba en el coro, mi otra hermana se hizo monaguilla. Yo, que no quería figurar demasiado, ayudaba vendiendo los cantos en la entrada. Pero un
día sentí que no debía ir más. Quizá era la flojera de levantarme un domingo
temprano, quizá era la gente que no me aportaba nada, quizá era que Dios no me
llamaba... Pero así, sin más, dejé de ser la "extrema católica" a la
"creo en Dios, pero no quiero ir a la Iglesia". Debe haber influido
el hecho de saber que mi abuela vivía frente a la Iglesia y cuando estaba
agonizando, mis tíos buscaron al sacerdote para que le hiciera
la Unción de los Enfermos, pero él se negó. Tenía que dormir. Las necesidades
humanas pesaban más que el descanso eterno de mi abuela.
A medida que fui creciendo, mi relación con Dios se hizo distante.
En algún punto de la universidad, dejé de creer. La gente que me rodeaba me
abrió la mente. Empecé a hacerme preguntas, a cuestionar ciertos asuntos. Fue
un asunto progresivo: una especie de sentimiento interno que poco a poco se fue
exteriorizando, aunque con miedo: ¿Me castigaría Dios por mi herejía al
compartir memes en contra de su existencia? Pero el temor fue pasando y el
asunto se volvió una convicción: DIOS NO EXISTE Y TODOS TIENEN QUE SABERLO. Me
volví incluso tóxica. Pasé a ser conocida como "atea". Me sentía
superior y rebelde. "Oh, ustedes estúpidos creyentes. ¡Cuán imbéciles
son!". La idiota era yo.
Los años no pasan en vano y llegué al punto donde entendí que no
era atea, sino agnóstica. Yo no creía en Dios, pero sí en el karma; en que todo
lo que haces se te devuelve. He sido testigo y protagonista de eso. Entonces
sí creía en algo. Creía en lo que podía ver. Veía el karma actuar. ¿Y Dios? A
ese no lo veía.
Por las vueltas de la vida, empecé a cubrir la fuente "Ciudad" en
una medio de comunicación. Fue la época en la que Benedicto XVI renunciaba a su
papado. Cuando llegué a la redacción, tenía una encomienda: hacer un reportaje
al respecto. Fue cuando me topé con Monseñor Mariano Parra y me inspiró una paz
que hacía mucho tiempo no sentía. ¿Era Dios llamándome a través de él o era que el sacerdote era simpático y ya?
Pedía hacer todas las pautas eclesiásticas. Disfruté la Semana
Santa como nadie. El Domingo de Ramos fue uno de los rituales que más me
agradaron. Regresar a la Iglesia, aunque fuera para sacar información, me sentaba
bien. Sentí que, nuevamente, debía cambiar mi perspectiva. Me di cuenta que mi
problema no era con Dios (aunque no estaba, ni estoy, segura de su existencia).
Mi problema era con las instituciones, con las religiones que en lugar de unir,
separan. Y eso lo viví en carne propia.
Mi relación con los cristianos/evangélicos nunca ha sido buena.
"Son los peores. Se creen mejor que nadie", decía mi madre. "Son los peores", decían
mis amigos. "Son los peores", decía la mayoría de las personas que conocía. Era como algo normal en
mi entorno "mundano", así como que cuando te visitan los Testigos de
Jehová tienes que alejarte de la puerta, o que Tom Cruise es un loco por formar
parte de la cienciología.
Tuve algunos acercamientos extraños. Solía echarle broma a un amigo cristiano del liceo. Fingía que me gustaba porque era muy tímido y eso me daba
risa. Un día me detuvo: "no podemos tener nada. No somos de la misma
religión". También recuerdo el caso de un muy buen amigo, quien abandonó a
su novia, nacida y criada en un hogar cristiano, porque la mamá de la chica le
exigía que se convirtiera. Tendríamos trece años. Otro conocido cristiano sintió la necesidad de explicarme cómo mi afición a Harry Potter me acercaba al demonio, porque era una alegoría a la hechicería. "Mi novio era cristiano y me dijo que eso era puro chanceo", me comentó hace poco una amiga.
El golpe más duro me lo llevé contigo (sé que estás leyendo). Él
gustaba de mí en el colegio. Yo pasaba de él. Transcurrieron los años, erré, pequé, me
estrellé contra la pared y él permaneció "puro y casto" (estoy
exagerando). Salimos un par de veces. Se puede decir que lo intentamos, Yo
quise intentarlo. Era un muchacho bueno, educado, centrado, emprendedor. ¡Yo me merecía algo
así! Pero él pensó distinto; resulté ser muy mundana para él. "Yo no te
juzgo. Eres tú misma quien te juzgas". Bonito juego mental. A fin de
cuentas, nuestro amor adolescente no llegó ni a un beso porque yo era distinta.
"Liberal, hedonista", me decía. "Mente abierta y me gusta la
buena vida", replicaba. "Quiero ser predicador". Bueno, ya era
demasiado. Una tiene que ubicarse y ciertamente no cumplo el perfil de la
esposa de un predicador. Seríamos el ejemplo de cuchillo de palo en casa de
herrero.
Este nuevo hombre, mi novio, me aceptaba a pesar de que no seguía su
religión. "Te busca porque consigue en ti lo que no puede conseguir en el
culto", me dijo el anterior prospecto. Lo sentí tan: no eres mía, no
puedes ser de nadie, o por lo menos nadie de mi religión. "¿Qué consigue?
¿Sexo? Número uno: yo se lo estoy permitiendo. Número dos: te aseguro que hay
niñitas del templo mucho más recorridas que yo". Uy, de esto también tengo
historias, pero no vienen al caso.
Estaba tan traumatizada por la relación fallida, que la religión
se volvió centro de muchas preguntas al inicio del nuevo noviazgo. Yo lo conocí
siendo mundano. Su entrega al templo me generaba mucha suspicacia. "¿Quieres
que sea cristiana?". "¿Por qué me buscas a mí y no una de la
Iglesia?". Preguntas lanzadas, preguntas contestadas. No era necesario
convertirme. Sería "mejor" si así ocurriera, pero definitivamente no era un requisito. Las chicas de la Iglesia no
eran de su tipo. Demasiado tontas. Demasiado creídas. Demasiado "todos se van a poner intensos a preguntarnos cuándo nos casamos". ¡Eureka!
El problema radicaba en que no había real libertad de salir y conocerse. Los asuntos debían "ponerse en orden" desde el principio. ¿Para qué compartir, salir, debatir, discutir? Eso era tomándole la mano a la muchacha en cuestión y firmando su sentencia matrimonial. Lo entendí. Era lógico que no quisiera lidiar con esa presión. Era ilógico que no pudiera disfrutar de un noviazgo normal. Asunto arreglado.
El problema radicaba en que no había real libertad de salir y conocerse. Los asuntos debían "ponerse en orden" desde el principio. ¿Para qué compartir, salir, debatir, discutir? Eso era tomándole la mano a la muchacha en cuestión y firmando su sentencia matrimonial. Lo entendí. Era lógico que no quisiera lidiar con esa presión. Era ilógico que no pudiera disfrutar de un noviazgo normal. Asunto arreglado.
Le dije que jamás le pediría que dejara de ir a la iglesia.
"Lo que no quiero es que vivas allá". Y no era un asunto de fe, sino
de lógica. La gente tiene que trabajar. Cuando vas al supermercado no pagas
con una tarjeta mágica de creencias. Si vives metido en una iglesia, ¿cómo pagas las cuentas? Y no me digan que "Dios proveerá". Ninguna figura sobrenatural provee nada si tú no actúas para conseguirlo.
Al principio me ocultó y discutimos por eso. "Si nos
conseguimos con alguien de la Iglesia, ¿no me presentas como tu novia?".
"No creo". Demonios, vengan a mí. Me sentía molesta, menospreciada y
dolida. Luego tuve un subidón de autoestima. "He cometido errores, pero no
soy una mala persona". Es que no lo era. Tengo mal carácter, a veces la
pasión me atrapa, puedo ser impulsiva, pero de allí a ser "indigna" había largo trecho.
Las cosas fueron avanzando y con ellas, las promesas de un futuro
juntos. Matrimonio, hijos. Por petición suya hicimos pública la relación. Par de fotos en Facebook
para marcar territorio (como si sirviera de algo) y el "en una relación
con..." para terminar de "mear" el muro (como escuché una vez). Lo nuestro era oficial, pero faltaba algo. Uno conoce a los papás, a los
amigos, y a la gente de la Iglesia. La idea no me mataba de la felicidad, pero
si era importante para él, yo daría mi brazo a torcer. No iba a quemarme por pisar el templo.
Fuimos creo que dos o tres veces. Mucho gusto por aquí, mucho gusto por
allá. La vida es bella. Soy mujer y periodista, y las preguntas iban a llegar
en cualquier momento: "¿no te han dicho nada de mí en la Iglesia?".
En primera instancia, el pastor veía con buenos ojos que él me llevara, a pesar
de no pertenecer a la religión. En los bajos fondos, nuestra relación no estaba
bien vista.
-Tuve que parar a fulanito (ni recuerdo el nombre, ni jamás me
importo) porque dijo que iba a hablar contigo. Dijo que era un error estar en
yugo desigual.
El término quedó rondando en mi mente. Esa mañana él acudió a la
Iglesia y yo me quedé en su casa, porque no había llevado ropa adecuada. Me
lancé a la computadora y empecé a leer al respecto. Una explicación era
más espeluznante que la otra. "Si sientes mariposas por alguien que NO AMA
a Dios; toma tres días de ayuno para que mueran de hambre". 2ºCorintios
6:14 "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué
compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión tiene la luz
con las tinieblas?". Claramente yo era la injusticia y las
tinieblas.
Internet está plagada de artículos impresionantes sobre cómo un
cristiano no puede estar con gente que no es de su religión, porque
prácticamente, será el inicio del Apocalipsis. No sabía yo que con un beso
abriría las puertas del infierno. Supuestos ejemplos de relaciones fallidas con
"inconversos" pululaban. "Él era un bebedor, un golpeador, un
drogadicto, un hijo del demonio y nos tuvimos que separar". Yo bebo poco,
solo golpeaba a mi hermana cuando éramos niñas, nunca me he metido drogas, no
sigo al demonio, pero no ser cristiana parecía meterme en ese saco del terror.
La cosa no se limitaba al corazón, sino que abarcaba a las
amistades. Aparentemente, si eres cristiano, solo puedes relacionarte con
cristianos. "¡Por eso es que son tan mente cerrada! ¡No permiten la
diversidad de opinión! ¡Pareciera una comunidad amish!". Él me explicó que eso era
cosa de radicales. Aparentemente yo me topé con puros radicales.
Un día se le escapó que, apenas me presentó en "sociedad", varias chicas de la Iglesia llenaron sus muros de
Facebook con indirectas para él. "No sé porqué los chicos cristianos se
empeñan en formar relaciones con inconversas (...) les gusta andar entre la basura". ¿Perdón? ¿Estás eran las niñas que van cada semana congregarse?
¿Ellas se atrevían a juzgar nuestra relación aún sin conocerme? ¿Me llamaban
basura? Quise pensar que era algo de adolescentes o solteras locas (ya habíamos
visto a una que quería con él y ahora le lanzaba rayos láser de los ojos cuando nos veía tomados de la mano), pero el asunto fue más allá. Amigos y conocidos le habían hablado de las dificultades de estar en una relación con alguien que no perteneciera a la religión.
Por cosas del destino (¿Dios?), él dejó de congregarse.
No entraré en detalles que pesan en la conciencia de cada quien, pero sí puedo
dar fe que su alejamiento nunca tuvo que ver conmigo. Jamás le pedí que no se congregara. Lo conocí cristiano y así lo aceptaba. Claro, nadie ve sus
propios errores y en lugar de identificar las fallas internas, fui señalada como la
Yoko Ono de estos Beatles angelicales. Él no iba a la Iglesia por mí. Punto.
Así pasó que un día íbamos en un carro con un "hermano" de la
Iglesia. "Creo que son figuraciones mías, pero el tipo me ve como con
odio. Parece que tuviera la peste encima". "Bueno, puede ser".
En un segundo encuentro, él mismo lo confirmó. "Sí, te mira mal. Él está muy entregado a la Iglesia. Es radical".
Pero lo que más me impresionó fue un encuentro con uno de los principales de la Iglesia. Me
saludó con educación y, como si se tratara de un muñeco en disputa, se llevó a
mi entonces novio a un lado, hablando en suficiente voz alta para que yo
escuchara "lejos de Dios no hay nada bueno". Nuevamente, pensé que me hacía
ideas en la cabeza, pero ésta vez ni siquiera tuve que hacer el comentario.
"Está celoso (...) Me dijo que sería lamentable que me alejara de la
Iglesia por una mujer. Te trata con recelo". Pues sí, el hombre se había convertido en Regina
George y se aseguró de que yo supiera quién mandaba. Era una batalla entre la fe y mi vagina, supongo. 29 años recién cumplidos y otro hombre me disputaba a mi pareja. Eso sí no lo vi venir.
Lo más interesante del asunto es que siempre he respetado su religión. Al contrario de lo que la gente pensaba, a mí me convenía que él tuviera algo en qué entretenerse. Así me daba tiempo de trabajar, salir con mis amigas y seguir siendo yo. Claro, me frustraban algunas historias que escuchaba de ese sitio (una vez
más, no es mi asunto divulgarlas), pero cada quien debe saber lo que hace con
su vida.
Me sorprendió que, tiempo después, él me pidiera que lo acompañara
de vuelta. Sí él soportaba los malos tratos y las hipocresías, bien por él. Yo no estaba dispuesta a hacerlo. Si la familia de tu novio no te quiere (o viceversa), uno se las apaña, sonríe, hace el intento. Después de todo, es posible que debamos compartir toda la vida. Pero si la gente de la Iglesia no te quiere sin motivo alguno, ¿debía poner la otra mejilla?
"¿Por qué
me pides que vaya a un sitio donde no me quieren? No lo digo yo. ¡Tú lo
viste!". "No se trata de la gente, se trata de Dios. No le pares a la
gente". Y estaba de acuerdo, no se trata de la gente. Pero, ¿cómo podía
ser hipócrita con estas personas? ¿Qué eso no está en contra de la palabra de
Dios? "Evidentemente, nadie en la Iglesia te vería con buenos ojos. Era una batalla perdida. A menos que te conviertas a la fe", me dijo un amigo cristiano. Pero, ¿cómo podría yo convertirme a una religión que me consideraba la fuente de todos los males, al menos que fuera como ellos? ¿Cómo podría entregarme a una iglesia cuyos miembros tratan con recelo y asco a quien sea diferente? ¿Era ese
el Dios / Jesucristo que quería conocer? ¿Era esa la persona que yo quería ser? Me negué. Mi relación con Dios es
personal, exista él o no. No necesitaba de palabras aparentemente hermosas para "llenarme del Señor" que en realidad estaban llenas de malos sentimientos hacia quienes piensan y son diferentes. Si es ese el camino a la redención y la vida eterna, que las llamas del infierno esperen por mí.
Sé que tengo muchos "amigos" y amigos (contactos y amigos) cristianos y, créanme que mi intención no es ponerlos en entredicho. Quizá me acercaron a la Iglesia incorrecta. Quizá en otros lugares se apela al respeto de ideologías y a la inclusión. Lo cierto es que
esto me permitió tener una perspectiva más amplia de la religión. No se puede
decir que no lo intenté. Refunfuñé, sentí cierta incomodidad, pero lo intenté. Y ¿qué recibí? Puñaladas por pensar diferente, cual película de ciencia
ficción. Fui Tris, la Divergente. Soy Lilihana, la
inconversa. “Jesucristo” en su máxima expresión. ¡Amén y amén!
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