-Ay hija, ¡ese cabello!
La pobre siempre intentó que estuviera bien peinada. En el kinder me obligaba a llevar una pollina que yo me quitaba tres segundos después y cuando mi cabello se volvió una maraña como la de Hermione Granger (la de los libros, porque Emma Watson sale peinadita en las películas), mi madre se frustró. Intentó de todo.
-Me dijeron que en Avon venden una crema buenísima.
-Vamos a hacerte la vuelta en las noches.
-Fulanita me dijo que se echa tal cosa...
Sus inseguridades pronto se volvieron mías. Odiaba mi cabello y pronto empecé a buscar maneras de que fuera más manejable. No ayuda en nada tener una hermana contemporánea con una cabellera lisa y negra, mientras la tuya, además, decidió llenarse de canas desde que tenías 15 años.
-Hay un producto que se llama Rena. ¡Es buenísimo!
-Fulanita me dijo que usara tal ampolla.
Nunca tuve un secador de cabello, nunca aprendí a planchármelo y mi mata de pelo tampoco me ayudaba. Una buena amiga fue una de las últimas que se atrevió a plancharme el cabello. Sé que era una tortura para ella: casi tres horas de calor. Nena, te agradezco la ayuda, pero ahora que lo veo en retrospectiva, tengo que decirte que también fue una tortura para mí.
Y así me convertía en esas mujeres "casabe", que corren en dirección opuesta a la lluvia, que no sudan y que no se mueven porque el cabello tiene que estar perfecto.
¿Perfecto? Sí, porque en este país y en esta cultura de misses, el cabello se lleva largo y liso. Eso es perfecto. Lo demás es un insulto al mundo.
En cierto punto, tiré la toalla. Me escudé en mi fractura y en el hecho de que pasar horas planchándome el cabello me hacía daño (cosa que no es mentira. Es que en este cuerpo hay que decidir secarse el cabello una misma o tener un brazo funcional). ¿Qué hice? Utilicé cuanta crema para peinar encontraba y me hacía un patuque horroroso que no lucía para nada. ¿Frizz? Uy, tengo tantas historias de ese mal...
Nunca estuve cómoda. Cuando salía con alguien e intentaba tocarme el cabello, me volvía una ninja.
-¡No me toques el cabello!
Es que prefería que me tocaran la mano, las tetas o el culo, a que alguien se atreviera a meter la mano en esa cosa dura y grasosa que "adornaba" mi cabeza.
Fue entonces que vi la luz al final del túnel. Siempre dicen que no te cortes el cabello tras una ruptura amorosa. Yo no escuché. Me hablaron de un súper estilista y una noche me puse en sus manos.
Fue entonces que vi la luz al final del túnel. Siempre dicen que no te cortes el cabello tras una ruptura amorosa. Yo no escuché. Me hablaron de un súper estilista y una noche me puse en sus manos.
-Córtame esto, ¡ya!
Pedro (el hombre es cuestión) estaba fascinado.
-¡Las mujeres nunca se dejan hacer estos cambios drásticos! ¡Un jefe me decía que cuando una cliente pide que le corten el cabello, hay que hacerlo y botarlo enseguida! Eso está lleno de malas energías.
Fui feliz. Había regresado a ese corte que usaba cuando era niña. mucho menos manejable, pero mucho más sencillo para mí. Cambié de levantarme con una maraña en la cabeza, a despertar, pasarme la mano en el cabello y listo. ¡LA GLORIA!
Fui probando con nuevos estilos y nuevos colores; unos más favorecedores que otros. Puedo decir que, ahora mismo, adoro mi cabello. Son unos rizos fáciles de manejar con espuma o crema, que se arreglan con un cintillo o unas pinzas en esos días en los que me dice: no, hoy no quiero colaborar contigo.
Pero son rizos, siguen siendo rizos, siguen siendo esas cosas con vida propia que en cualquier momento pueden atacar y colonizar el mundo... o al menos eso sigue creyendo mi madre. Ahora, que lo tengo un poco más largo (ya necesito retoque) vuelvo a escuchar esa frase:
-Lila, ¡ese cabello!
Y yo me veo en el espejo y ya no noto aquella maraña odiosa, sino unos rizos cortos que se ajustan entre una cinta. Por alguna razón, a ella le molestan.
Es que mi pobre madre también es parte de esa malnacida cultura latina. Es liso o nada.
-Yo conozco mujeres que lo tienen rizado y se hacen la keratina y se lo secan...
No, esa no es mi madre, sino un chico con el que salgo. Porque para él, me veo más linda con el cabello largo y liso. Yo, que he tenido que lidiar con el monstruo, le respondo:
-¡No sabes lo que estás diciendo!
Honestamente, le agradezco los consejos de belleza. No tengo ningún problema de que una persona con la que ando me diga cómo le gustaría verme o me aconseje qué me queda mejor. Lo que no tolero, ni de él, ni de mi madre, ni de nadie, es esa manifestación perversa de que liso es lo mejor. Entonces, nosotras, las rizadas, tenemos que vivir rodeadas del calor del secador, el dolor de que te quemes el cuero cabelludo y el temor a que caigan unas cuantas gotas, porque perderás el glamour.
En esta, la era de la inclusión, es imperativo que los padres enseñen a sus hijos que la gente "viene" en diferentes tamaños, colores y tipos de cabello. Que el pelo rizado no es sinónimo de "horrible" y que el secador debe ser una elección y no una obligación. No se trata de andar despeinadas por la vida (aunque por allí hay una frase que dice que lo mejor de la vida te despeina), pero sí de entender que la belleza no es esa que nos imponen en los concursos que tanto adoran los latinos; sino que se puede ser diferente y que el cabello también es una manera de expresar tu individualidad, aunque el mensaje sea: soy rebelde y no me importa.
Lo más descorazonador es cuando he ido al salón de belleza y me he topado con madres que hacen que le sequen el cabello a sus hijas, que no tienen más de cinco años. ¿Es necesario inculcarle a una bebé que hay algo que está "mal" con ella y que si no se somete a procedimientos químicos o llenos de calor, no se ve bien? El cambio viene desde casa. Trabaja en el autoestima de tus hijos. ¡Libérate y acepta los rizos!
En esta, la era de la inclusión, es imperativo que los padres enseñen a sus hijos que la gente "viene" en diferentes tamaños, colores y tipos de cabello. Que el pelo rizado no es sinónimo de "horrible" y que el secador debe ser una elección y no una obligación. No se trata de andar despeinadas por la vida (aunque por allí hay una frase que dice que lo mejor de la vida te despeina), pero sí de entender que la belleza no es esa que nos imponen en los concursos que tanto adoran los latinos; sino que se puede ser diferente y que el cabello también es una manera de expresar tu individualidad, aunque el mensaje sea: soy rebelde y no me importa.
Lo más descorazonador es cuando he ido al salón de belleza y me he topado con madres que hacen que le sequen el cabello a sus hijas, que no tienen más de cinco años. ¿Es necesario inculcarle a una bebé que hay algo que está "mal" con ella y que si no se somete a procedimientos químicos o llenos de calor, no se ve bien? El cambio viene desde casa. Trabaja en el autoestima de tus hijos. ¡Libérate y acepta los rizos!
Este post fue escrito meses atrás. Ahora mismo, estoy en proceso de dejarme crecer el cabello. Veamos hasta dónde aguanto.
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