domingo, 29 de septiembre de 2013

La doble vida del oro olímpico

Dos horas y no paró de reír. Todo le entusiasma, todo le parece magnífico, excelente, divertido y si le asomas un episodio doloroso, también suplica entre risas que no le preguntes porque no quiere ponerse triste.
-¿Qué te hace sentir mal?
-Me entristece que me mientan. Me molesto y me llevo todo por delante.
Sus ojos verdes se vuelven grises. La figura de su padre pasea por su mente y le cambia el gesto por segundos. Después vuelve a reír.
Javier Varela es un niño; uno de 33 años con una discapacidad al igual que el diez por ciento de la población venezolana, según un censo realizado por la Organización Panamericana de Salud.
Él no sabe de números o diferencias. Conoce de agua, de nado y del brillo de las medallas que acumula desde hace ocho años. La última la recibió en las Olimpiadas Especiales de Grecia y ahora entrena cada fin de semana para obtener una buena posición en las próximas competiciones.
Una vez baja del podio de premiación, Javier es uno más; un ser ordinario que trabaja de lunes a viernes en un lugar de comida rápida en Altamira, Caracas. Cada mañana se impregna de un oloroso perfume que invade a quien se le acerque y después de limpiar mesas y atender al público, camina directo hacia Bello Monte, donde vive.

La vida en el agua
Aprendió a nadar a los cinco años. Él mismo le pidió a su madre que lo llevara a clases. Allí, en el agua,
Javier llega al punto máximo de su felicidad, aún más que cuando escucha reggae o va al cine y fiestas.
El atleta es el mayor de dos hijos, el hombre de una casa llena de mujeres. De su padre no quiere hablar. Revela que es un hombre español y está orgulloso de su sangre andaluza.
-¿Prefieres a La Vinotinto a La Roja?
-¡A La Vinotinto siempre!
Ese amor por lo propio lo hace sentirse sumamente feliz cuando recuerda cómo se ganó el oro en Atenas, nadando en estilo “espalda”.
Originalmente fue electo vocero de las Olimpiadas Especiales Venezuela en 2009. Los profesores del grupo votaron por él y le dieron el puesto. Se lanzó a la aventura de Grecia junto a otros 86 competidores venezolanos. Aunque su familia no estuvo a su lado, les dedicó todos los logros.
-Estaba nervioso, estaba feliz cuando recibí la medalla. El recibimiento en el aeropuerto fue grande. Todo el mundo estaba allí.
En el trabajo fue igual. En el restaurante acogieron a Javier con una gran fiesta.
-Vinieron todos los gerentes y fue divertido. Me dieron un día libre para descansar.

Camarero con aspiraciones
Dice que le encanta comprar ropa, cosa extraña en el cliché masculino. Pasa que una cadena de ropa deportiva se enteró de su trabajo y decidió patrocinarlo. A las tiendas va a buscar bermudas y zapatos, sus prendas favoritas.
Esa misma plataforma le da la oportunidad de aconsejar a las personas que lo toman como un ejemplo. Así protagoniza campañas contra las drogas y para fomentar el deporte. Son cápsulas pequeñas que lo hacen muy dichoso al sentir que colabora con una sociedad en la que se siente incluido y que “está llena de vicios”.
Cualquiera podría pensar que Javier se dedicaría a las relaciones públicas o a actividades más relajadas. Él prefiere los regaños de sus exigentes jefes en un local de comida rápida al que dedica cuatro horas diarias. Entró a trabajar allí hace ocho años, los mismo que tiene nadando profesionalmente.
-¿Antes qué hacías?
-Trabajaba en El Hatillo, en una granja de contacto. Cuidada a los animales, les daba de comer y atendía al público. Era más divertido, pero me quedaba lejos.
El restaurante le queda a pocas cuadras de casa y el trato con el público le fascina. Disfruta también conversar con sus compañeros y entrenar a quienes vayan llegando.
-¿Cuándo te irás de aquí?
-Nunca. Me encanta trabajar en este lugar. Esta es mi familia. Lo que quiero es trabajar como gerente de esta tienda.

Buena gente ante todo
Javier no pasa desapercibido. Dice que es porque todo el mundo lo conoce, porque salió tanto en los periódicos, que todos saben quién es.
-Hola, soy Javier y me gané una medalla de oro en los Atenas – dice el hombre blanco y bajito a quien se le cruce en el restaurante.  
La mayoría de las personas le responde con una amabilidad; el resto lo ignora y sigue adelante. Su rostro cambia unos segundos, se queja de la mala educación y regresa a su tranquilidad natural cuando se cruza con un nuevo visitante.
Algunos curiosos sacan sus teléfonos inteligentes, lo rastrean por Internet y al notar que su introducción es cierta, hablan un poco más con él.
Le gusta la atención, pero le da vergüenza afirmarlo; enumera los periódicos y televisoras donde ha salido y recuerda que la pregunta que más odia es sobre su situación sentimental.
-Estoy solo porque no ha llegado nadie. Estoy bien así.
A sus compañeros de trabajo les hace notar que lo están entrevistando “otra vez”. Saluda a alguien y cuando le responden, dice “no me dejan en paz” entre carcajadas.
-Javier, ¿crees que eres famoso?
-No. La gente me saluda mucho porque soy buena persona. Por eso me quieren.

martes, 24 de septiembre de 2013

¡Guayana de espanto y brinco!


Idiosincracia Espantos, aparecidos y serpientes gigantes forman parte de las leyendas urbanas de la región

¡Guayana de espanto y brinco!

***Parte de la cultura guayanesa se forjó con la creencia de la aparición de figuras fantásticas. Poco a poco, la ciudad va escribiendo su propia historia. 

Lilihana Lara Arévalo
llara@primicia.com.ve

¡Cuidado! ¡Tenga mucho cuidado! Si usted es un mujeriego, le aconsejo que no transite cerca de Chirica cuando el sol se oculta. Por el cementerio aparece una mujer que confunde con sus encantos y hace pasar un mal rato a quien intente aprovecharse de ella. 
Le sugiero también que maneje con bastante prudencia, más si pasa de noche por la Avenida Atlántico y se acerca al puentecito aledaño a las universidades. Seguro le sorprenderá el fantasma de otra mujer que aparentemente reclama la cautela de los conductores jóvenes.
Recuerde protegerse cuando camina por La Llovizna. Allí se oculta una anaconda dispuesta a llenar su barriga con el suculento sabor de algún visitante y de paso, persígnese si va por Alta Vista para contrarrestar las malas energías de una casa embrujada y de una tienda departamental donde se aparece el mismísimo hijo de Belcebú.
Bueno, tampoco se alarme. Estas creencias forman parte de la idiosincracia del guayacitano que forja su cultura a punta de tradiciones, conocimiento, ritos y mitos; leyendas urbanas que en esta sociedad semiavanzada todavía pueden erizar la piel y que también sirven de tema de conversación en un almuerzo de amigos.

Herencia mitológica
De todas los mitos urbanos que conoce, Diego Márquez recuerda con cariño el develado por una ancianita de San Félix. Contaba ella que debajo del subsuelo de la ciudad corre un río donde habita una serpiente gigantesca. 
Cada vez que el animal se molesta o asusta, se mueve con tal fuerza que es capaz se hacer temblar el macizo guayanés. Nada que ver con las placas tectónicas; los movimientos telúricos tienen su explicación fantástica. 
Márquez es un entusiasta del tema. Dicta la cátedra “Medios, mitos y valores” en la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) y desde esa perspectiva visualiza la proliferación de leyendas urbanas como una adopción de creencias foráneas.
-La ciudad no hace a la gente, la gente hace a la ciudad y Guayana está formada por personas de otras regiones. Cada una vino con su carga mítica, las creencias de sus pueblos.
La existencia de los duendes es una de ellas, dice. El portal web Guioteca.com los define como “seres de aspecto humanoide, de muy baja estatura, piel gris o verdosa y con algún poder sobrenatural” y se caracterizan por su naturaleza malintencionada y ágil. 
Se le atribuye cualquier desgracia o pérdida doméstica. Según esta creencia, si usted no encuentra las llaves, probablemente las ocultaó un duende travieso. 
Tendrían que pasar cien años para que el guayacitano identifique sus rasgos verdaderos, sus raíces reales y las historias que realmente se acerquen a él. Lo que somos aún se escribe.

Con base histórica
Si de mitos se trata, en Guayana se buscó el más importante de toda América. Leopoldo Villalobos, primer cronista de la ciudad, se refiere a la leyenda de El Dorado. De cuentos y aparecidos prefiere no hablar. Se apega a la historia, a los libros, a las realidades y testimonios. 
Pero si Villalobos se niega a aventurarse en las invenciones del guayacitano, Mildred Rojas sí habla de ellas con extensión. Se define como santera, palera y espiritista y chamalones en mano, asegura la existencia de la vida más allá de la muerte.
Tras ella lleva la historia de su exesposo, un camionero de cascos lisos que intentó conquistar a la muerte, literalmente. Venía en forma de mujer, una de curvas sugerentes, cabello largo y rubio y vestimenta roja. El espectro le pidió la cola cerca del cementerio de Chirica. Él no dudó en darle un puesto.
-Pensó que era muda porque él le hablaba y ella hacía puras señas.
El hombre intentó propasarse con la chica. Le decía que iría a Santa Elena, que lo acompañara. De ella solo obtuvo silencio. 
-Bueno vale, tú me estás vacilando. Igualito te voy a llevar – dijo el camionero. Esta vez la mujer sí respondió.
-¡La que te voy a llevar soy yo!
Su rostro se había transformado en una calavera y el pánico lo hizo perder el control del volante. Entró a una zona enmontada y volcó. Su compañera había desaparecido.
Mildred explica el episodio desde su punto de vista mágico religioso. 
-Yo creo en los egun, que son nuestros ancestros. Son personas fallecidas con algún rango; santeros o paleros. También creo en esas almas que fallecen en algún sitio y por la manera que mueren, se quedan en este plano porque no están cumplidas. 
Con ello se refiere a la “misión divina” que cada uno posee; el por qué naces y qué estás destinado a hacer. 

Los justicieros
La experiencia de su exesposo no es la única en el haber de Mildred. Recuerda los tiempos donde trabajaba en una clínica de la ciudad y las veces en que pacientes y trabajadores salían disparados, sudando del miedo. 
-Allí salía una enfermera. Cuando vivía, peleaba por la esterilización de las herramientas quirúrgicas y cuando trabajas en ese lugar, te das cuenta que no lo hacen como es debido. Ella aparece porque no va a descansar hasta que alguien ponga orden. Los que aparecen son almas que murieron de cierta forma y vienen a castigar. 
Asegura la mujer que tanto centros hospitalarios como Iglesias están plagados de almas en pena. Intentan ayudar a familiares y conocidos con las herramientas que tienen.
-Yo los siento como justicieros. Si ellos no quieren que tú hagas algo, te van a dar por donde más te duele. Te gritan al oído, te mueven cosas.  Lo que quieren es poner orden, pero como están descarriadas lo hacen de mala manera. 
Es necesario “fundamentarlos”. 
-Hay que hacer negocio con ellos. Los ayudas a ver qué es lo que quieren, que entiendan y que escuchen. 
-¿A quién le saldrías tú? - inquiero.
-A los desobedientes.

Un mito y un egun
Mildred desconoce las leyendas urbanas que rondan en Guayana. Al serle reveladas, simplemente responde que es necesario examinar el lugar donde se ubica la manifestación para determinar si realmente hay una presencia. 
“Todo va a depender de lo que se repita y qué tantas veces se repita. Si vas como medium y no pasa nada, ya es jodedera de la gente. De paso juegan con eso... si supieran qué escogieron para jugar. ¡Con eso no se juega!”, dice. 

Mitos famosos en Guayana

•La anaconda de La Llovizna: Realmente no es una leyenda urbana, lo que es falso es lo que se dice sobre ella. Los cuidadores del lugar aseguran que hay serpientes ocultas en la vegetación, pero no se ha reportado ataques a los visitantes.
•De enfermeras: Se dice que se aparecen enfermeras fallecidas en varios centros hospitalarios. Quizás la más famosa es la del Hospital Uyapar; justo en la curva que da hacia Alta Vista. Lo más interesante es que es necesario hacer un cambio de luces para que aparezca. Una vez lo hice... no pasó nada.
•La casa embrujada: En Alta Vista hay una casa vieja, semiabandonada. Cuenta la leyenda que los inquilinos no duran más de seis meses allí. Algunos comentan que ocurrió una gran desgracia: la familia propietaria murió en un accidente de tránsito. Otras personas aseguran que quienes alquilan la vivienda, se retiran cuando empieza a subir la renta.
•El fantasma del puente: Cuentan que el puentecito de la Avenida Atlántico -cerca de las universidades- ocurre otra manifestación. De acuerdo a la versión, puede ser una mujer o un hombre e incluso dos monjas, que se “montan” en el carro de quien va ebrio y lo hace chocar.
•Misterio en la tienda departamental: El gerente de una famosa tienda departamental tiene un pacto con el Diablo, o eso dicen los guayacitanos. Explican así sus altas ventas y también sus desgracias. Aseguran que han visto la cola de Lucifer rondar por los pasillos.
•La mujer del cementerio: Los mujeriegos encuentran su otra mitad en el cementerio de Chirica. Una hermosa mujer les pide la cola allí y que cuando los astutos intentan propasarse con ella, se transforma en una calavera.
•El mecánico del cementerio: Al otro lado de la ciudad; en las calles cercanas a Jardines del Orinoco, aparece otra figura, cuentan algunos testigos. Es el espíritu de un mecánico que ayuda a los conductores de automóviles con desperfectos mecánicos. Después de hacer andar el carro, vuelve al camposanto.  


*/*/*/*/*/**/*/*

Texto publicado en Páginas Centrales de Diario Primicia 
24 de septiembre de 2013




viernes, 13 de septiembre de 2013

Ocultar es mentir

No me vengan con tonterías. Ocultar es mentir y quien dice que no, es porque miente/oculta cosas y no quiere sentirse mal al ser desenmascarado.
Cada vez que lanzo este comentario, sale alguien en mi contra, por lo general un hombre o mujer con un buen curriculum en poner cuernos.
Lo veo así. Andas con tu amante y llama tu mujer. Vas, le respondes, le dices dónde estás pero obvias el pequeñísimo detalle que tiene dos grandes tetas a tu lado. ¿Te sientes menos peor por eso? 
Disculpa, pero si te ves en la necesidad de hacerte el loco con algo, es porque no quieres que se sepa toda la verdad y eso, querido amigo, es mentir. 
Es igual como cuando tus padres odian a tu novio. Él viene como corderito a preguntarte qué dijeron de él y tu vas a contarle que dieron la bendición y hasta la plata para el matrimonio. Sí, hay que ser prudente y mantener estas relaciones con cuidado, pero insisto, en el momento que te guardas cosas por el supuesto bienestar de alguien más, te crece la nariz. Mentiroso, hipócrita, falso. La verdad es que buscas hacerte las cosas más sencillas a ti. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Legado (o el fastidio de estudiar en el mismo colegio que tus hermanos)

La única vez que pisé la coordinación de mi colegio fue por mala contesta: la norma de la institución era llevar falda plisada y mi mamá me regaló una de pliegues anchos que me encantaba. Un lunes, la profesora de historia me llamó la atención por ese detalle y me pareció tan ridículo que le eché una mirada de "¿es en serio, bitch?". El horror. Un día después demandaban mi presencia en la oficina de la "Coco", como le decían a la coordinadora del Colegio Caura.
-Nosotros nos caracterizamos por un lenguaje de respeto. Con "Lula" tuvimos una experiencia maravillosa.
"Lula" (el apodo de una de mis hermanas) se había retirado del Colegio Caura dos años antes y su "legado" me perseguía. Quien haya estudiado con sus hermanos debe comprender mi frustración. Es natural que surjan las molestas comparaciones entre profesores y alumnos; también ocurre que no puedes hacer nada, porque el chisme llega de inmediato a esa persona con la que compartes genes.
"Lula" y yo nos parecemos muy poco. Ella era la artista, la amante de los bailes, noviera, cabello largo, negro y liso, simpática y adorada. Yo... yo me metía en cursos de pintura, huía de los disfraces y las coreografías, tuve un único novio al que le gustaban los chicos, y mi cabello era (y sigue siendo) poco manejable. Ah claro, y soy odiosa; esa parte deliciosa de mi encanto...
Ahora, el legado/karma de "Lula" no fue nada comparado con el de César y Dayhana, mis hermanos mayores. En el Liceo Los Olivos se encargaron de marcar la reputación de magnánimos estudiantes; los niños de 20, los quema pestañas-come libros. Los conocían como los "Larita" y eran magnificados por los profesores.
Mal la pasó Adriana, la hermana del medio. Ella entró a Los Olivos cuando mis hermanos ya se habían graduado y su recuerdo permanecía intacto.
-¡Otra Larita! ¡Qué bueno!
La emoción se les fue en la entrega de las primeras notas. Adriana es una mujer muy inteligente, habilidosa para conseguir dinero y trabajadora, aunque con un grave problema: es muy floja. Eso de estar pendiente de las clases, ecuaciones y libros nunca fue lo de ella y "pisoteaba" la imagen de César y Dayhana cada día.
Uno creería que esas historias se olvidarían con los años, que la relación directa con la familia habría acabado. Error. Los profesores recuerdan todo y lo viví casi diez años después de la salida de mis hermanos de Los Olivos, cuando por fin me tocaba a mí entrar a "La Nasa" (como le decían al liceo) y pensé que podría hacer lo que me viniera en gana.
Recuerdo la primera clase de historia, dictada por el profesor Merchán. Dijo unas cuantas palabras y pasó la lista.
-Lara Arévalo... ¿tú eres hermana de César y Dayhana?
No podía creer su buena memoria. Respondí que sí y pasé a un marcado escrutinio por su parte y el resto de los maestros de la "vieja guardia", esos que vieron graduarse a los primeros "Larita". Comprendí que no podía huir a mi destino. Tocaba ser la misma Lilihana del Caura. La galla. Como si me costara mucho...


lunes, 2 de septiembre de 2013

El mejor regalo

Mi madre y yo tenemos una relación dura, básicamente porque tenemos muy pocas cosas en común. De ella aprendí a no ser muy efusiva y en alguna oportunidad le reclamé que "gracias" a ella, yo no sabía abrazar. Hemos tenido subidones y bajadas, temporadas de largas conversaciones y otras donde podemos pasar semanas sabiendo muy poco la una de la otra. Así soy yo y así es mi mamá.
Ojo, yo no dudo de su cariño en ningún instante. Mi mami me apoya, me cuida y está al pendiente de mí. No es raro llegar a casa y encontrar que acomodó mi cuarto o lavó mi ropa, más cuando sabe que trabajo dos semanas seguidas y casi no me da tiempo de nada. También sé que si le pongo ojitos del gato con botas, puedo conseguir muchas cosas. Me tiene bastante consentida, dirían mis hermanas y la verdad es que yo no lo desmiento. Soy su hijita menor.
Si hay algo que nos ha unido es la escasez de productos. En serio. No pueden imaginar lo amorosa que se puede volver mi madre, cuando llego a casa con papel higiénico, harina precocida o algún otro elemento de la cesta básica oculto en algún agujero negro político.
Las cenas más deliciosas me las he comido después de llevar un frasco de aceite o un paquete de leche. Me vuelvo la heroína por un día, la niña consentida, la "pida por esa boquita que usted consigue".
He de confesar que en mi cumpleaños, el mejor regalo que recibí fue el de Agnell. Era un paquete de harina de trigo. En estos tiempos, esas cosas son tesoros. Que lo regales significa que hay un vínculo de cariño, un lazo fraternal que se debe cuidar.
Es por eso, querido lector, que si llega el cumpleaños de algún amigo y usted se está devanando el cerebro pensando qué regalarle, le sugiero que se compadezca, abra su gabinete y saque alguito de lo que tiene guardado en los "en caso de emergencia, rompa el vidrio". Le aseguro que será alabado y recordado. Un tiro al piso.