Aníbal me miraba en una mezcla de sorpresa y compasión. Ese martes por la noche noche me había atrevido a visitarlo para que hiciera su magia de números y verificara que todo estaba en orden en el papel que miraba con cierto interés.
-No es sueldo mínimo- refuté en un tono tan bajo que dudo que él lo haya escuchado. Solo quería que me dijera que en el "recibo de pago" (el último que aparentemente percibiría por la empresa donde trabajaba) estaba correcto. Discutir no estaba dentro de mis prioridades.
Para algunos, esta historia empezó un lunes, pero para mí tuvo sus inicios unos días antes. El viernes, mientras agarraba mis cosas para montarme en el autobús que me llevaría de Nueva Chirica a Alta Vista, mi celular sonó indicándome que había recibido un correo:
-He revisado a los candidatos y eres una de las que más me gusta. La próxima semana me pondré en contacto contigo.
No le presté demasiada atención. Llevaba casi seis meses en la búsqueda de un nuevo empleo, luego de un par de reuniones familiares con Natyarith, Yurey y Linoska (mi familia putativa) siempre con la misma conclusión: tienes que salir de ahí. Eres talentosa y te estás quemando.
Pero si no estaba en prensa, ¿qué iba a hacer? Recordé una conversación con una conocida hace un par de años donde le comentaba mis dos grandes intereses: el periodismo narrativo y las redes sociales, ambos distantes y tan amplios, que ella me decía que tenía que delimitar mucho más mi área de acción.
Las posibilidades se mantenían. Si observan mi bio (esas letras de la derecha) dice que mi vida o mi carrera (ya no recuerdo) tiene dos caminos. Pues esos eran. La cosa era cómo llegar al punto de partida de ambos.
Me paralizaba otro detalle: hasta donde tenía entendido, mi lugar de trabajo era donde mejor pagaban a los esclavos de las letras. En esos seis meses acudí a a una entrevista en otro medio de comunicación regional y me ofrecieron un tanto menos de lo que ganaba.
-Yo no puedo pagarte lo mismo que allá. Mis periodistas se van a enterar y quiero que se mantenga la unidad.
Evidentemente, decliné a esa y a otras ofertas fuera de Guayana, donde si bien pagaban un poco más, no tenía los beneficios de "papi y mami", o dicho en otras palabras: tenía que pagar techo, comida, transporte y todo lo demás.
-El sueldo es de cuatro mil bolívares... tampoco es que pagan mucho- me decía una de las entrevistadoras para un puesto de Community Manager en Caracas. Nada, estaba atada a la computadora del lugar donde pronto cumpliría tres años laborando.
El lunes, después de terminar de escribir y mientras esperaba el rescate de mis padres, mi jefa me llamó.
-Quiere verte.
Se refería a quien ahora estaba al frente de la empresa. Lo dijo con tal mueca de lamento, pena y sorpresa que me provocó un mareo inmediato. Si ella me llamaba había dos posibilidades: que las noticias fueran muy buenas (lo dudaba) y que me dijera las palabras que esperaba desde hace un tiempo. Una sonrisa, un "me encanta tu trabajo" y una amabilidad excesiva fueron las pistas para la frase final:
-Para nadie es un secreto los problemas que atraviesa la empresa... Hoy estamos saliendo con reducción de páginas...
El discurso fue mucho más largo. Yo asentí una y otra vez y me despedí dándole la razón. Le dije que comprendía las supuestas razones de mi despido/renuncia y aseguré que el martes, que era mi día libre, pensaría si debía firmar la propuesta que me hacían. Como era ilegal que me botaran (gracias a la inamovilidad laboral), la empresa debía "arreglarme" doble, aunque en la carta de salida figurara la palabra "Renuncia".
Sé que parece un cuento de película norteamericana, pero justo cuando salía con una hoja llena de números que debía estudiar, mi teléfono volvió a sonar:
-Hola, Lilihana. ¿Podemos hablar hoy?
Era el mismo emisor, un responsable de un trabajo del que sabía poco y donde había metido mis papeles por simple curiosidad. Es que, la verdad, había algo que no me cuadraba. El anuncio era de España y reflejaba el sueldo que la compañía estaba dispuesta a pagar. La cifra era grande... digamos que tenía un cero de más. Me imaginé varios escenarios: que se trataba de un timo o que quien había puesto el anuncio, se había equivocado al escribir los números.
-Si es español, se lo creo. Al cambio, eso no es nada para ellos.
Aníbal me explicó nuevamente lo que era la devaluación (JA) y cómo nuestra moneda no valía nada. Me animó a escuchar y aceptar la propuesta, aunque creo que le interesaba que renunciara sin resistirme. Entre él y mi hermano me aconsejaron sobre qué camino tomar y cómo actuar.
-Recuerda que no has firmado nada. Sigue yendo a trabajar normal.
Ese martes todo jugó en mi contra. Aunque intenté entrevistarme vía Skype con mi potencial jefe, el cambio de horario no nos ayudó. Prometí que el miércoles en la mañana (mi mañana) nos veríamos las caras, aunque a través de un monitor. Para sorpresa de la mayoría de mis entonces compañeros, ese día fui a trabajar.
Tenía listas unas declaraciones para un trabajo especial sobre los derechos de los animales. Podía sentir las miradas y los murmullos (algunos poco disimulados), encendí la computadora, abrí el documento de Word y escribí como si no hubiera mañana. El texto llevaba más de ocho mil caracteres cuando el entrevistador me escribió: ¿Estás lista?
Lo primero que detectó es que todavía tenía trabajo porque le decía que no podía hablar, sino escribir. Aclaró que el puesto era para tiempo completo y que necesitaba que renunciara de inmediato, porque de ser seleccionada, debía empezar el lunes. Le dije que no había problema, que casualmente estaba cerrando las relaciones con esa empresa.
Me preguntó si sabía algo de posicionamiento web y le dije que me interesaban las redes sociales, pero no tenía idea de nada más. Hablamos de blogs, mi experiencia como periodista, mis capacidades en otras áreas y me prometió considerarme para el empleo. Recalcó el sueldo que ofrecía. No había equivocaciones en el número. También dijo que me avisaría pronto.
"Pronto" me pillaba demasiado lejos. Necesitaba un ahora porque de eso dependía mi respuesta en recursos humanos. Cuando estuve cerca de llegar a los doce mil caracteres (los animales tienen mil derechos violentados, por cierto), me volvió a escribir.
-Lilihana, me decidí por ti.
Recuerdo que miré a los lados. En los periódicos, es poca la gente que se queda durante la mañana y aunque mi impulso era abrazar a alguien, no quería compartir una noticia de esa índole con cualquier persona. Mientras hacía un "happy dance" mental, vi como uno de mis fotógrafos favoritos se cruzaba por el pasillo.
-¡Ven acá, ven acá. Necesito abrazarte!.
Él me ofreció un café para hablar de lo que sucedía. Yo le hablé vomitando las palabras, emocionada por lo que sucedía. Horas después, informaba que aceptaba el trato con la promesa de que si las cosas mejoraban, me llamarían para recuperar mi empleo. Respondí que estaba a la orden casi con tristeza para seguir el juego de mentiras. Bajé las escaleras y me largué.
No voy a mentir. Me moría de miedo de que mi nuevo empleo fuera un gran mentira. Me preocupé cuando mi jefe me avisó que el pago era mensual y se hacía efectivo el 10 de cada mes. Eso suponía un mes y medio trabajando ocho horas diarias, en el que estas personas podía desaparecerse sin pagarme un céntimo.
-Ve lo bueno. Te dio el impulso para salir de allí- me decía mi hermano mayor. En esos momentos, confiaba en él completamente. El doctor de la familia, ahora padre de dos hijos, había tomado malas decisiones de índole profesional y en ese punto, me hacía entender que la pasión por las letras era hermosa, pero no pagaba las cuentas.
-Yo viví todo eso. Es muy bonito cuando sales de la universidad. La vida es diferente.
Yo tenía ejemplos palpables a mi alrededor. En los escasos tiempos libres solía preguntarme cómo sobrevivían algunos colegas mayores que yo, casados y con hijos. Muchos de ellos ganaban menos que yo. Las historias detrás de todo aquello me eran impensables para mí misma y para la familia que decidiera formar (si es que eso ocurría).
Durante el primer mes en mi nuevo empleo, entendí que el diarismo es como una droga, al menos para algunos, grupo en el que me incluyo (o incluía, tal vez). Te golpea y uno sigue allí, pegado a la libreta y a escuchar las historias de los demás para plasmarlo en un intento de que su voz sea escuchada. Es irónico también como la nuestra suele silenciarse en los medios para los que escribimos.
La situación del país no me ayudó demasiado. Leía en Twitter lo que ocurría en la ciudad y me provocaba salir a la calle y desmenuzar momentos.
Cuando recibí mi primer sueldo, adquirí una nueva perspectiva. Salí a comprar regalos para mis sobrinos y para mi madre y le di lo que hubiera sido una quincena en mi trabajo anterior, para gastos de la casa. La satisfacción es increíble.
Me divierto con la mayoría de mis nuevas tareas. Siento que soy una niña que nuevamente aprende a caminar y eso me hacía falta: la sensación de nuevos retos. Mi jefe me regaña por mi lenguaje americano. Ya no escribo "auto" (que la verdad, aquí se dice carro), sino "coche". Hoy escribí: "Todos estamos claros que" y el regaño fue inmediato.
También estoy aprendiendo un lenguaje nuevo, el de las redes sociales, las páginas webs y demás. Hace poco estrenó la primera web que ayudé a construir. Es otro mundo.
Ya no vivo pendiente del teléfono. Antes no salía sin él, más cuando cubría sucesos, pendiente de que alguien me llamaría para darme alguna información o comunicarme de una pauta, en el caso de comunidad. Me he tomado el atrevimiento de ir a un centro comercial y dejar el celular en casa. Después de las tres de la tarde, realmente se acabó mi trabajo.
Las letras me siguen llamando. Por allí surgieron unas propuestas de las que pasé y estoy emprendiendo algo junto a una amiga. Tengo mi blog (abandonado, pero lo tengo) y por aquí seguiré escribiendo cada vez que pueda. Cargo una lista de temas que quiero profundizar y reportajes que debo escribir. Solo necesito ajustarme y recobrar energías porque no he tenido vacaciones desde hace más de un año.
Hoy mi jefe me comentó que va a ampliar nuestro equipo y que seré la supervisora. Tendré un aumento, nada mal para un día en el que la devaluación te asfixia.
Quiero dejar en claro que no escribo esto con intenciones ocultas, ni me interesa desprestigiar a nadie. Lo hago porque sé que hay otras empresas españolas que están "llegando" a Venezuela con el mismo procedimiento. Hace poco me enteré de una que se instalará aquí en Puerto Ordaz y le pasé la información a un par de amigos. Los sueldos son bastante mejores que lo que se encuentran en las redacciones.
Alguien me decía que tenía miedo y que cambiar de trabajo era arriesgarse. Le respondí con una frase que todavía me repito en la mente: los periodistas estamos acostumbrados a ganar mal. Si alguien nos ofrece algo distinto, dudamos. Creemos que es mentira.
Espero que mi experiencia le sirva a quienes estén en proceso de entrevistas con la Madre Patria, para que dejen el miedo de lado y tomen el empleo. También espero que quienes necesitan y realmente quieren algo diferente, tengan la misma suerte que yo, que ese miércoles en la tarde, justo antes de dar el "acepto y chao", llamé a Aníbal para contarle todo. Después de los aplausos, las felicitaciones y los buenos deseos, cerró la conversación con un de sus líneas molestas, pero verdaderas:
-Al menos no vas a seguir ganando mínimo.
¿Y cómo refutarle?