domingo, 27 de octubre de 2013

El día que me pagaron por chatear

-Tengo una cita de sexo a las ocho de la noche.
Alba -mi jefa- me miró y respondió entre risas.
-Ah bueno... que te vaya bien.
-Es lo de Badoo... No voy a ir.
-¡Te dije que era una locura!
La cosa empieza así: Alba me pidió el fin de semana que me hiciera un perfil en Badoo, una red social que data del 2006 y que según yo no había tenido éxito ante la hegemonía de Facebook. Estaba muy equivocada. Según la historia de mi jefa, en sus días libres fue a dos sitios distintos y allí las personas decían haber “ligado” en la fulana página.
-¡Es un boom! - me dijo sorprendida – Todos consiguen pareja por allí.
-¿Viste? Yo sabía que estaba soltera por algo...

La colombiana
Lo primero era hacerme una cuenta. Usé Google para entrar a la página y luego tomé una decisión importante.
-No voy a poner mi foto. No quiero que la gente sepa quién soy.
-Tampoco hay nada de malo con eso – dijo Armando, otro de mis jefes.
-¡Qué va! Mejor busco a alguien más.
Las fotos tenían que ser lo suficientemente “naturales” para que los chicos creyeran que era un perfil real. Se me ocurrió entrar a mi Facebook y descargar un par de fotografías de una amiga colombiana que en su vida entraría a esos lugares -creo yo-. Bajita, piel canela, pelo oscuro y liso y unos ojazos. La llamé Adriana, el nombre de otra conocida que acaba de actualizar su estado en la red social.
Me sentí vieja. Tengo 26 años y pensé que esta chica debía ser menor; lo suficiente para dar la visión de una jovencita ingenua y fácil de conquistar. Lo único en lo que nos parecíamos Adriana y yo era en la afición por la lectura; aun así hubo una ligera diferencia: ella era apasionada por Paulo Coelho y yo jamás me he topado con un libro del escritor brasileño.
Un par de clicks, el ACEPTO de un contrato que nunca leí y un interés: conseguir una cita. El juego había comenzado.

“¿Te casas conmigo?”
Casi no pude revisar la página. De inmediato llegaron notificaciones a la barra superior de mi perfil donde había un sobrecito. Primero llovieron ventanitas de hombres que estaban “interesados” en conocerme; otros dejaron la delicadeza de lado y me hablaron de inmediato.
Eran tantos chicos, que no recuerdo el nombre de todos. El negro, Juan, Johnny, Marcos... altos, bajitos, blancos, morenos, negritos y en un rango de 18 a 36 años. Todos saludaban con un “amor”, “corazón”, “mi cielo” y “mi vida”, lo típico que hace que a una se le bajen las ganas, pero que ellos siguen usando.
Sebastian, un compañero de trabajo, se acercó a hablar conmigo y me hizo notar un problema: Adriana no tenía historia. Yo tenía que dársela. La creé sobre la marcha y la varié de un hombre a otro. Esta chica era cajera -a veces de un supermercado, otras de un banco-, había abandonado los estudios y vivía en Río Negro.
-¿En serio eres de allí? ¡Yo nunca te he visto! - me dijo Ángel, un morenito espigado muy amable.
-Es que allí vive mi papá, pero me la paso en casa de mi mamá, en Campo B.
Como él, la mayoría se comió el cuento y recibí todo tipo de halagos con las diversas personalidades que mostré: si era odiosa y monosilábica, decían que era bohemia, misteriosa e interesante; si respondía sus preguntas acompañadas de emoticones, era chévere y simpática.
-¿Te gustan los chistes?
-¿A quién no le gustan? - respondí.
-¿Te casas conmigo?
Media hora de Adriana y ya le pedían matrimonio, aunque fuera en broma.

Caperucita y el lobo
-Juguemos a caperucita y el lobo, ¿te parece?
Llevaba hablando exactamente una hora con Ángel, cuando me lanzó la propuesta. Por allí dicen que todos somos masoquistas, que cuanto peor nos tratan, más nos gusta esa persona. Con este chico me pasó algo similar.
La conversación fue poco expresiva. Él preguntaba y preguntaba y yo me limitaba a un responder escueto. Él seguía preguntando.
Mi historia con él fue un poco diferente. Le dije que pasaba el rato en casa de una amiga y que me acaba de inscribir a la página (una verdad) para ver qué surgía. Él me dijo que estaba en las mismas condiciones: soltero y pasando el tiempo.
-Quería ver qué salía, pero ahora quiero una cita.
Le respondí con un emoticon, ese que parece que saca la lengua. Eso dio paso a la picardía.
-¿Por qué la lengua afuera, cielo? ¿Te gusta besar?
-¿Conoces a alguien que no le guste besar?
-Hay personas que no les gusta besar.
-¿Por ejemplo?
-Pues a mí no me ha pasado, beso muy bien, pero he escuchado. ¿Te gusta bailar?
-Intento, pero no lo hago muy bien.
-¿Eres una niña buena?
Cedí a la tentación del flirteo. Necesitaba conocer hasta dónde podría llegar una conversación en esta red social.
-Puedo ser mala también.
-Oye, ¡qué bien! ¿Qué harás hoy en la noche?
¡Bingo! Una frase y entrábamos a terreno fangoso.
-¿A dónde me invitas? - respondí enseguida.
-Quiero conocer a alguien y besarla.
-¿Y si me gusta el beso?
-Te va a gustar y te doy otro mucho mejor. Hay una lluvia deliciosa ahorita, es buen ambiente, Enfría el cuerpo, pero puede calentar otras cosas.
-¿Te parece?
-Juegas conmigo
-Podría
-¿Y qué quieres jugar? Ya sé, juguemos a la caperuza y al lobo feroz.

La huida
Quedamos de vernos esa noche en un centro comercial. Él no tenía carro, pero ese no sería un problema porque tenía tantas ganas de verme, que conseguiría alguno. Ángel me pidió mi número telefónico y empezó a hacerme preguntas sexualmente explícitas que evadí como pude: cambiando nuevamente la historia.
Le dije que estaba casada y mi esposo estaba cerca. Él quería llamarme y le expliqué que podría traerme problemas porque mi compañero de cama era un policía violento. Propuse llamarlo al estar lista para salir.
Cometí el error de darle mi número telefónico. También hice lo propio con Johnny, otro chico con el que conversé esa tarde. Ambos me escribieron de inmediato; Johnny para pedirme que guardara su número; Ángel para preguntarme qué haría en esa noche de arrebato sexual.
Me lo zafé, fui a casa y me olvidé del asunto. Cerca de las ocho, empecé a recibir mensajes nuevamente. Mi cita quería saber dónde estaba y cuánto me faltaba para llegar. Se burlaba de cómo había pasado de ser una “niña buena” a una mujer casada, sedienta de emociones. Ignoro si acudió al encuentro; lo cierto es que fue bastante insistente. Preferí cortarlo de una, a riesgo de un buen insulto.
-Tranquila, amor... Yo sabía que eras pura charla.
Después de eso, Johnny me escribió. Le respondí la primera vez aunque después no entendí su motivación para buscarme. Yo no le prestaba atención y él me deseaba buenos días y buen provecho. Quería entablar algún tipo de relación conmigo, o con Adriana, mejor dicho; pero Adriana se había ido con Ángel y mi negativa a la cita sexual.
Todavía me llegan las solicitudes de chicos que quieren hablar conmigo, todos con el mismo discurso. Quizá alguien haya encontrado una buena pareja allí, pero mi tarde, esa en la que me pagaron por chatear, solo vi hombres de hormonas alborotadas. Seguiré en Facebook. Allí el “chanceo” es menos descarado.

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