miércoles, 30 de octubre de 2013

El dulce sabor de Doña Maura

Gusto 38 años tiene la famosa venta de helados en Manoa

El dulce sabor de Doña Maura

*** Si usted es guayacitano y no conoce los helados de Manoa, no está en nada. El dulce es referencia en toda la ciudad.

Lilihana Lara Arévalo
llara@primicia.com.ve
Fotos: Ricardo Rondón

Ismael Mirabal tuvo la necesidad de sentir el frío dulce en su garganta. Salió de casa, cruzó la calle, entregó y el dinero y se sintió estafado.
El helado que había comprado estaba "incompleto". El vasito de plástico a medio llenar lo cubrió de molestia y decepción. De allí salió una idea magnífica que se ha gestado en el corazón de San Félix por 38 años. 
-¿Tú quieres hacer helados? ¡Yo te voy a enseñar a hacerlos! - Le dijo Maura Salgado a su hijo, quien le comentaba lo sucedido. Él con apenas 12 años, vio en aquella idea no solo la oportunidad de deleitarse, sino que sus ojos brillaron ante un buen negocio.
"Helados Doña Maura" es el nombre que reluce en la casa de la esquina, la número 13 de la manzana 5, de la calle Guaqueríes, en Manoa; un proyecto que convirtió a la familia en centro de referencia para toda Ciudad Guayana.
-¿Que cómo me siento? Feliz. Siempre es bueno que reconozcan tu trabajo - revela Maura, quien apenas ve las cámaras, corre a su cuarto a buscar su mejor pinta para representar su negocio.

Cuatro dulces décadas
-Desde ese día, nunca hemos dejado de hacer helados.
Maura ríe cuando cuenta la anécdota de cómo empezó la venta. A cuestas lleva 38 años en los que hacer helados es parte de la rutina, así como preparar el almuerzo o darse una ducha.
Al mediodía, ya los helados están listos. Antes Maura trabajaba con sus hijos, quienes ya crecieron, levantaron vuelo y no están en casa. Ahora es una sobrina quien la ayuda.
-A mí me gusta hervir el agua. Es lo primero que hago, porque quiero un producto de calidad. 
La cantidad y la lluvia de sabores, varía dependiendo del momento. Se hace lo que haga falta para llenar el arcoiris de sabores en el enorme congelador colocado en la entrada de la casa.
No solo han cambiado los "ayudantes" de Maura. Antes tenía una pequeñita neverita donde metía los helados que le quedó pequeña ante la demanda.

El punto del sabor
El punto de venta lo logró con el trabajo constante. Hoy los compradores van directo a la casa de Doña Maura. Antes eran ellos quienes enamoraban a los clientes al llegar hasta ellos.
Primero, Ismael cruzaba la calle. Frente a su casa hay una cancha que se llenaba de niños y jóvenes en las tardes. Fueron ellos los primeros en probar las delicias en sus sabores originales: colita de kool aid, colita con leche, mango, coco, moriche, lechosa y melón.
La propia Maura se entusiasmó con el negocio. Al inaugurar el Jardín de Infancia Juan Vicente Cardozo, ella se acercaba cada mediodía y vendía los dulces a padres y niños.
Así corrió la voz por el sector y después por toda Guayana.
-¡Yo vendía helados a una locha! - comenta Maura, quien ahora ofrece más de 20 sabores.

Coco para todos
Maura dice que todos los helados "salen". Todos son buscados, todos se venden, aunque
luego lo piensa mejor y declara al de coco como el soberano del refrigerador.
-Puede venir una persona a comprar diez helados y si no se lleva cinco de coco, es bien raro.
Ella, como buen herrero, tiene un cuchillo de palo y dice que no casi no come helados, nada extraño para quien dedica parte de su vida al oficio de endulzar con frío.
-Si me como uno, es un mango. Es mi favorito - revela. 

Secreto sumarial
-Oye, el secreto... eso es ¿cómo dicen por allí? ¿Sumario? No, eso no se cuenta.
Maura se niega a contar lo que solo ella y su familia conocen. Los heladitos le han valido que sus muchachos salgan adelante. El propio Ismael se graduó de abogado, a punta de vender helados y estudiar duro.
Lo que sí cuenta la mujer es la clave del éxito: la constancia. Solo con constancia y dedicación, ha visto rendir los frutos del trabajo.
-Uno tiene que trabajar todos los días. No puede ser que venga un cliente y te pida un helado y tú salgas con que no hay este o aquel. La nevera tiene que estar llena.
Además de eso, Salgado recuerda aquel dicho tan olvidado en Guayana: "el cliente siempre tiene la razón". Al comprador hay que escucharlo y se deben aceptar las críticas.
-Viene alguien y te dice que el helado tiene mucho dulce, que le falta esto o aquello. ¿Tú te vas a poner a pelear? No, tienes que escuchar y hacer los cambios.
Con esas herramientas, inventiva e innovación, Maura habla de sus productos con gran satisfacción. En esta tarde de julio, un nuevo sabor atrae la atención de los compradores. Ahora venden helados de McFlurry, un invento de galletas, mantecado y leche, como el que venden en la popular franquicia. En ese momento, es el más llevado. Atrae el nombre y la publicidad que hacen en casa.
-Este helado ha gustado mucho, pero le voy a tener que cambiar el nombre. No vaya a ser que me quieran demandar...

***La mejor época
Como cualquier fruta, los heladitos de Doña Maura tienen su época "perfecta" para ser vendidos.
En vacaciones, fines de semana y los días feriados, la puerta de la casita no deja de sonar. Niños y adultos buscan el dulce, para dar un cambio a la rutina.
"La gente viene cuando quiere y siempre va a conseguir helados. Me aseguro que siempre tengan algo que llevarse".

*-*-*-*-*-*-*

Publicado en Diario Primicia
Página 16
30/10/2013


domingo, 27 de octubre de 2013

El día que me pagaron por chatear

-Tengo una cita de sexo a las ocho de la noche.
Alba -mi jefa- me miró y respondió entre risas.
-Ah bueno... que te vaya bien.
-Es lo de Badoo... No voy a ir.
-¡Te dije que era una locura!
La cosa empieza así: Alba me pidió el fin de semana que me hiciera un perfil en Badoo, una red social que data del 2006 y que según yo no había tenido éxito ante la hegemonía de Facebook. Estaba muy equivocada. Según la historia de mi jefa, en sus días libres fue a dos sitios distintos y allí las personas decían haber “ligado” en la fulana página.
-¡Es un boom! - me dijo sorprendida – Todos consiguen pareja por allí.
-¿Viste? Yo sabía que estaba soltera por algo...

La colombiana
Lo primero era hacerme una cuenta. Usé Google para entrar a la página y luego tomé una decisión importante.
-No voy a poner mi foto. No quiero que la gente sepa quién soy.
-Tampoco hay nada de malo con eso – dijo Armando, otro de mis jefes.
-¡Qué va! Mejor busco a alguien más.
Las fotos tenían que ser lo suficientemente “naturales” para que los chicos creyeran que era un perfil real. Se me ocurrió entrar a mi Facebook y descargar un par de fotografías de una amiga colombiana que en su vida entraría a esos lugares -creo yo-. Bajita, piel canela, pelo oscuro y liso y unos ojazos. La llamé Adriana, el nombre de otra conocida que acaba de actualizar su estado en la red social.
Me sentí vieja. Tengo 26 años y pensé que esta chica debía ser menor; lo suficiente para dar la visión de una jovencita ingenua y fácil de conquistar. Lo único en lo que nos parecíamos Adriana y yo era en la afición por la lectura; aun así hubo una ligera diferencia: ella era apasionada por Paulo Coelho y yo jamás me he topado con un libro del escritor brasileño.
Un par de clicks, el ACEPTO de un contrato que nunca leí y un interés: conseguir una cita. El juego había comenzado.

“¿Te casas conmigo?”
Casi no pude revisar la página. De inmediato llegaron notificaciones a la barra superior de mi perfil donde había un sobrecito. Primero llovieron ventanitas de hombres que estaban “interesados” en conocerme; otros dejaron la delicadeza de lado y me hablaron de inmediato.
Eran tantos chicos, que no recuerdo el nombre de todos. El negro, Juan, Johnny, Marcos... altos, bajitos, blancos, morenos, negritos y en un rango de 18 a 36 años. Todos saludaban con un “amor”, “corazón”, “mi cielo” y “mi vida”, lo típico que hace que a una se le bajen las ganas, pero que ellos siguen usando.
Sebastian, un compañero de trabajo, se acercó a hablar conmigo y me hizo notar un problema: Adriana no tenía historia. Yo tenía que dársela. La creé sobre la marcha y la varié de un hombre a otro. Esta chica era cajera -a veces de un supermercado, otras de un banco-, había abandonado los estudios y vivía en Río Negro.
-¿En serio eres de allí? ¡Yo nunca te he visto! - me dijo Ángel, un morenito espigado muy amable.
-Es que allí vive mi papá, pero me la paso en casa de mi mamá, en Campo B.
Como él, la mayoría se comió el cuento y recibí todo tipo de halagos con las diversas personalidades que mostré: si era odiosa y monosilábica, decían que era bohemia, misteriosa e interesante; si respondía sus preguntas acompañadas de emoticones, era chévere y simpática.
-¿Te gustan los chistes?
-¿A quién no le gustan? - respondí.
-¿Te casas conmigo?
Media hora de Adriana y ya le pedían matrimonio, aunque fuera en broma.

Caperucita y el lobo
-Juguemos a caperucita y el lobo, ¿te parece?
Llevaba hablando exactamente una hora con Ángel, cuando me lanzó la propuesta. Por allí dicen que todos somos masoquistas, que cuanto peor nos tratan, más nos gusta esa persona. Con este chico me pasó algo similar.
La conversación fue poco expresiva. Él preguntaba y preguntaba y yo me limitaba a un responder escueto. Él seguía preguntando.
Mi historia con él fue un poco diferente. Le dije que pasaba el rato en casa de una amiga y que me acaba de inscribir a la página (una verdad) para ver qué surgía. Él me dijo que estaba en las mismas condiciones: soltero y pasando el tiempo.
-Quería ver qué salía, pero ahora quiero una cita.
Le respondí con un emoticon, ese que parece que saca la lengua. Eso dio paso a la picardía.
-¿Por qué la lengua afuera, cielo? ¿Te gusta besar?
-¿Conoces a alguien que no le guste besar?
-Hay personas que no les gusta besar.
-¿Por ejemplo?
-Pues a mí no me ha pasado, beso muy bien, pero he escuchado. ¿Te gusta bailar?
-Intento, pero no lo hago muy bien.
-¿Eres una niña buena?
Cedí a la tentación del flirteo. Necesitaba conocer hasta dónde podría llegar una conversación en esta red social.
-Puedo ser mala también.
-Oye, ¡qué bien! ¿Qué harás hoy en la noche?
¡Bingo! Una frase y entrábamos a terreno fangoso.
-¿A dónde me invitas? - respondí enseguida.
-Quiero conocer a alguien y besarla.
-¿Y si me gusta el beso?
-Te va a gustar y te doy otro mucho mejor. Hay una lluvia deliciosa ahorita, es buen ambiente, Enfría el cuerpo, pero puede calentar otras cosas.
-¿Te parece?
-Juegas conmigo
-Podría
-¿Y qué quieres jugar? Ya sé, juguemos a la caperuza y al lobo feroz.

La huida
Quedamos de vernos esa noche en un centro comercial. Él no tenía carro, pero ese no sería un problema porque tenía tantas ganas de verme, que conseguiría alguno. Ángel me pidió mi número telefónico y empezó a hacerme preguntas sexualmente explícitas que evadí como pude: cambiando nuevamente la historia.
Le dije que estaba casada y mi esposo estaba cerca. Él quería llamarme y le expliqué que podría traerme problemas porque mi compañero de cama era un policía violento. Propuse llamarlo al estar lista para salir.
Cometí el error de darle mi número telefónico. También hice lo propio con Johnny, otro chico con el que conversé esa tarde. Ambos me escribieron de inmediato; Johnny para pedirme que guardara su número; Ángel para preguntarme qué haría en esa noche de arrebato sexual.
Me lo zafé, fui a casa y me olvidé del asunto. Cerca de las ocho, empecé a recibir mensajes nuevamente. Mi cita quería saber dónde estaba y cuánto me faltaba para llegar. Se burlaba de cómo había pasado de ser una “niña buena” a una mujer casada, sedienta de emociones. Ignoro si acudió al encuentro; lo cierto es que fue bastante insistente. Preferí cortarlo de una, a riesgo de un buen insulto.
-Tranquila, amor... Yo sabía que eras pura charla.
Después de eso, Johnny me escribió. Le respondí la primera vez aunque después no entendí su motivación para buscarme. Yo no le prestaba atención y él me deseaba buenos días y buen provecho. Quería entablar algún tipo de relación conmigo, o con Adriana, mejor dicho; pero Adriana se había ido con Ángel y mi negativa a la cita sexual.
Todavía me llegan las solicitudes de chicos que quieren hablar conmigo, todos con el mismo discurso. Quizá alguien haya encontrado una buena pareja allí, pero mi tarde, esa en la que me pagaron por chatear, solo vi hombres de hormonas alborotadas. Seguiré en Facebook. Allí el “chanceo” es menos descarado.

lunes, 14 de octubre de 2013

Con gas lacrimógeno PEB reprimió protesta por agua

Manifestación Habitantes de Los Rosos y zonas aledañas trancaron vía a Upata

Con gas lacrimógeno PEB reprimió protesta por agua

***Vecinos de Sabaneta también tomaron la vía a El Pao en señal de apoyo. Dicen sufrir enfermedades por beber agua de riachuelos.

Lilihana Lara Arévalo
llara@primicia.com.ve
Fotos: Wilfredo Álvarez

-Para acá vino (el General Julio César Fuentes) Manzulli a mediar con ellos el viernes. Vino gente de Hidrobolívar y ellos no quisieron levantar la protesta. Esa vez se fueron tranquilitos a las cuatro y hoy (lunes) volvieron a tomar la calle a la una de la mañana. Dijeron “ahora vamos con todo”.
Las palabras de Johnny Rodríguez, director del Centro de Coordinación Policial (CCP) de Piar, son secundadas, a medias, por los manifestantes.
Sandy Barrios, vocera del consejo comunal Boca del Monte, recuerda bien que el viernes, el día de la primera protesta, Oscar Hernández, coordinador de Servicios Generales de la Gobernación en Upata, acudió a mediar con ellos, como tantas otras veces.
A Hernández le conocen cada gesto por las continuas reuniones para mejorar el servicio de agua potable en Los Rosos y las comunidades aledañas. Su llegada a la protesta les significaba más promesas y más mentiras. Esta vez querían ver a alguien cuya palabra se mantuviera: exigían la presencia de Francisco Rangel Gómez, gobernador del estado Bolívar.
-¿Usted no sabe si el Gober está aquí? Es con él con quién queremos hablar - preguntaba la gente en la mañana y hasta lo dibujaron en una pancarta.
-Anda en Panamá o no sé dónde - pronunció César Sanet desde la vía a El Pao, donde también protestaron.
Según dijo Ángel Suárez, comisario jefe de la Policía del estado Bolívar (PEB), el gobernador no estaba en el estado y como no iba a llegar, y decenas de personas esperaban trasladarse de Upata a San Félix, o viceversa, tomaron la situación en sus manos.
A las 3:00 de la tarde de este lunes, la tranca en la vía a Upata (incluyendo la avenida y la carretera vieja) fue dispersada a punta de bombas lacrimógenas y disparos al aire. 

El centro del problema
Cuando se les pregunta el por qué de la manifestación, todos coinciden que se trata de problemas con e
l servicio de agua. No son tan acertados al ubicar cuándo inició todo.
Unos dicen que hace más de 20 años no saben lo que es agua potable. Otros, que la raíz de todo está hace cuatro años, con la llegada de Gustavo Muñiz, alcalde del municipio Piar.
Recuerdan que el servicio ya era malo, pero al asumir el puesto Muñiz, fueron dañadas las tuberías para “mejorar el sistema”. También rememoran promesas de sistemas de bombeo extranjeros, así como camiones cisternas que pasarían regularmente por el sector, mientras mejoraba todo.
Los conductores de los camiones dejaron de entregar el agua sin nada a cambio. Hebert León, vocero de la junta comunal, revela que una garrafa de agua puede llegar a costar cien bolívares.
Cuando tienen suerte de abrir la llave y obtener agua, se encuentran con un líquido poco higiénico.
-Uno tiene que comprar agua “clarita” - dice Barrios y ciertamente, el líquido con el que amilanan el sol de la protesta, proviene de una empresa.
Desde el otro punto, la exigencia es la misma. Habitantes de Sabaneta, Guayabal, Chapire, Las Adjuntas y Sabanetica trancaron la vía en muestra de apoyo y también buscando soluciones propias.
-Tenemos dengue y paludismo porque tomamos agua de alcantarilla, de riachuelos. Hidrobolívar dice que nuestro proyecto arrancará en un año y queremos solución ahorita - argumentó Claret, miembro de la Junta Comunal de Sabaneta.

Culpa no aceptada 
-Resulta que hay un proyecto para mejorar el agua y ellos lo saben. No se ha avanzado porque son los mismos residentes los que rompen las tuberías.
Las acusaciones de Rodríguez fueron el tope de causas acumuladas para acabar con la manifestación, además de las molestias causadas a cientos de transportistas y pasajeros que tuvieron que “estacionarse” involuntariamente.
Asegura el oficial que varias bombas molotov fueron incautadas durante la arremetida, aunque no hubo ningún detenido. Horas antes, León negaba la violencia, aunque el olor a caucho quemado impregnaba la troncal 10.
-Bueno sí, quemamos unos cauchos por allá, lejos del asfalto. ¿Ya te dije que el asfaltado tampoco sirve? Si quemamos esto aquí, se vuelve nada... ¡Qué va! Esto es pacífico.

“Atacan al pueblo"
En total fueron más de 500 personas las que tomaron las calles. Aunque la protesta tenía su base en Los Rosos, habitantes de Boca del Monte, Sucutum, El Tigre, Casco Central de Los Rosos, La Antena de Los Rosos y Quebrada de Juajua se unieron. Colocaron ramas en las vías de acceso a Upata, cauchos y lo que se les pasó por el frente y “adornaron” el sitio con pancartas.
Tras el repliegue, habitante de El Tigre acusaron a la PEB y la Policía Municipal de entrar a los sectores y lanzar bombas lacrimógenas a las casas. Aseguran que hubo heridos y niños desaparecidos, en lo que calificaron un “ataque al pueblo soberano”.
Johnny Rodríguez lo negó al instante.
-Nosotros no nos hemos metido para allá. Estamos aquí, en la avenida. Ya pasaron dos horas y nos quedamos para ver que todo vaya bien. 

***Sin gasolina
A raíz de la protesta, las estaciones de servicio de Upata se quedaron sin gasolina.
Vía Tuiter se pudo constatar varias declaraciones de usuarios, quienes atestiguaron la falta del mineral.
"El primer día de la tranca se paralizaron 17 gandolas. Hoy se pararon diez. Por eso no hay combustible", dijo Johnny Rodríguez. 

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Publicado en la Página 3 de Diario Primicia
15/10/2013

domingo, 13 de octubre de 2013

Once minutos en el cielo

Preguntarme si tenía miedo era igual que preguntarle a un borracho si está ebrio. Él se hace el fuerte, el infranqueable... ¿Miedo? ¿Qué es eso?  
La verdad es que “miedo” no resume mis manos frías, mis piernas temblorosas y mis monosílabos fluctuantes con frases en falsete. Estaba muerta de pánico y no había vuelta atrás. Por suerte, me llevé a Linoska, dueña de tantas de mis carcajadas para que aliviara la tensión de esa mañana en la que por fin me lanzaría en parapente.
-Si me pasa algo, vas a mi casa, limpias mi cuarto y botas todo lo que pueda hacer sentir mal a  mi mamá. Después le dices que me morí.
-¿Me dejas tu Iphone y tu laptop?
-¡Dale! Lo voy a escribir.
Hice un par de trazos en mi libreta y se la entregué a mi amiga. La hoja incluía un mensaje de amor eterno por el periodismo y la hora de “muerte”: 12:25 del mediodía.
Caminé a la base del punto de despegue del cerro El Toro, en Upata y me “enganché” a Mayk Tafech, mi guía y a quien le había confiado mi seguridad. Dos anillos de metal me ataron a él y a la aventura.
-Cuando te diga, corres lo más duro que puedas.
No le quité la vista al muchacho moreno y delgado quien frente a mí, me daba las instrucciones y se fijaba que mis correas estuvieran bien atadas. Detrás de mí sentía el movimiento del viento intenso que se colaba entre las velas naranjas, grises y blancas del parapente tipo tanden -para dos personas- de Mayk.
Primer soplido y la arena se hizo movediza. Segundo soplido y casi me caigo. Tercer soplido y sin darme cuenta, estaba en el aire.
-¡Bájame el zapato! - le dijo Mayk a nuestro ayudante. Había perdido el calzado izquierdo en el despegue. No se me ocurrió otra cosa que carcajearme en el eco de las nubes.

Vuelo no pagado
-¿Qué te pasó en el brazo?
Elias Tafech oculta los rasguños llenos de sangre seca en el antebrazo izquierdo.
-Me peleé con un gato – dice y cambia de tema.
Es un hombre alto y blanco. Tiene poco cabello y el que le queda en la parte baja de la cabeza, lo lleva al ras. Nació en un pueblito de El Líbano y una tarde vio cómo el piloto de un helicóptero planeaba en su patio. Quedó enamorado de los aviones.
-No le hables de eso que no para – me dice Nancy, su esposa desde hace 20 años quien este fin de semana lo acompaña.
Elías conoce la terminología de cada fenómeno; el porqué de cada aparato. Explica todo con vehemencia, con la pasión de quien ama el viento.
Sus amigos son otros disparatados por la adrenalina. Hace cinco años él empezó a acudir cada domingo al cerro El Toro junto con un grupo de hombres, ahora acompañados por su generación de relevo: sus hijos adolescentes.
Elías intenta que me relaje, que entienda que no va a pasarme nada malo en el vuelo y que, si se me ocurre echarme para atrás, nadie me llamará cobarde.
Yo soy una masoquista y empiezo a hablar con todos. Les pregunto si recuerdan algún momento tenso en el aire. Es cuando conozco la historia de Pablo. Me la cuenta Mayk, el hermano menor de Elías quien acude con más regularidad a El Toro.
-Se lanzaron en un tanden dos chamos. Pablo los ayudó y se quedó encajado.
El piloto no se dio cuenta, sino hasta mucho después. Maniobró cuanto pudo, Pablo abrazado a las piernas del joven al que volaban. Cuando pensó que no podía más, se encomendó a Dios, se soltó y dio un saltito con fuerza. El piloto había logrado descender.
-¿Y usted por qué no se atreve? - le pregunto a Nancy y me responde con un “algún día”.
-Yo estoy pendiente de Elías porque la otra vez no midió bien y se golpeó con unas ramas. Por eso tiene las marcas en el brazo.
Mis nervios se hicieron trizas con ambas historias, hasta que veo al propio Pablo bajarse de una camioneta. Ese día no nos lanzamos porque las condiciones del viento no eran favorables.
-Mira, le estaba contando a la muchacha de lo de tu accidente – le grita Mayk a Pablo, quien le replica con gracia:
-¿Accidente? Ese fue un vuelo que no pagué.

El viaje más peligroso
Quedé con Mayk de encontrarnos a las 8:00 de la mañana. Félix Marcano, un buen amigo y fotógrafo también me acompañaba. Llegamos al "aterrizadero", una superficie plana y sin árboles, donde también practican paintball. Allí  estaba Miguel Ángel Zárate junto a su padre Carlos y Omar Hanna, quienes nos cubrieron de historias, enseñanzas y recuerdos de sus mejores vuelos. Otros hombres se unieron con el transcurrir de las horas.
Esperamos, esperamos y esperamos. Finalmente, a eso de las 11:00 de la mañana llegó Ricardo, el dueño del Toyota 2F verde, un cacharro viejo y destartalado que nos llevaría a nuestro destino: el "despegadero" del cerro El Toro, a 240 metros de altura. Anteriormente los hombres subían a pie. La travesía podía llevarles dos horas con un equipo de treinta kilos a la espalda. Ahora pocos se atreven.
Me sugieren que vaya de copiloto, pero me niego. Les digo que quiero vivir la experiencia entera y ver qué ocurre en la parte trasera del camión. Me arrepiento después, cuando me enfrento al camino lleno de grietas y árboles a esquivar.
-Bajen la cabeza – gritan los hombres.
-Bajen la cabeza – se repite tres minutos después.
Los parapentistas han intentado mejorar las condiciones de la vía; pero de la alcaldía de Piar solo reciben negativas. No quieren que modifiquen la geografía del lugar.
-Agárrate bien – me señalan y yo me muevo de un lugar a otro, rogando no caerme. Por fin llegamos a “la tierra prometida”. Bajo con dificultad y Mayk me relaja.
-Subir en el camión es más peligroso que lanzarse. Ya pasó la peor parte.

Emoción al límite
El viento no está de nuestra parte y eso molesta al grupo. Dicen que es posible lanzarse, pero sería un viaje
corto.
-No tiene sentido lanzarse para aterrizar de repente.
-¿En serio? Yo le veo mucho sentido. Me suena perfecto – respondo.
Es que los muchachos tienen historiales de viajes de mínimo media hora y eso me inquieta. Cinco minutos en el aire es más que suficiente, pienso, porque me siento firme, pero sé que me voy a desvanecer.
Cuando estoy en el aire, mis emociones suben con los paisajes y caen cada vez que Mayk desciende un poco.
-Cuando te diga, sube las piernas lo más que puedas.
Yo me deleito con el viento y la frondosidad de los árboles vistos desde otra óptica, también escucho a Linoska que me lanza frases de apoyo y veo que caemos poco a poco.
-Alza las piernas – me ordena Mayk y yo lo hago, aunque solo un poco. Veo la cercanía de la tierra y escucho que me repite una y otra vez el mismo mandato. Tocamos tierra estrepitosamente.
-¡No te muevas! - me dice pero yo no puedo evitarlo. Hace tres años sufrí una fractura en el brazo derecho y pensé que ésta vez me había roto la pierna. Respiro, me calmo y muevo cada uno de los dedos de mis pies. Estoy perfecta.
Mayk me explica que no pusieron una veleta en el "aterrizadero" y no podía ver la dirección del viento, así que “caímos en negativo”. Se siente apenado, me limpia el pantalón y se fija que mis zapatos se rompieron con el impacto. Yo no reparo demasiado en eso. Si hay algo que me molesta, fue lo corto del viaje.
-¿Cuánto fue eso? ¿Cinco minutos?
-Once minutos – me replica tras ver el reloj del vuelo.
Allá arriba y con las emociones al borde, no se siente ni miedo y el tiempo se detiene. Es ver de frente al éxtasis; una sensación difícil de explicar.
Félix coincide conmigo en el viaje de regreso a casa. Se lanzó casi una hora después con otro piloto y su viaje fue aún más corto.
-Lo chimbo es que la cámara que usamos en el aire no funcionó. Sería divertido ver mi expresión - le digo.
-Eso te lo puedo decir yo. ¡Estabas cagada!

miércoles, 2 de octubre de 2013

El consuelo

A. escuchaba atenta mis desavenencias amorosas; esa capacidad digna de estudio que me ha hecho desperdiciar mis besos en los labios de los perdedores más grandes del siglo o peor, que el escaso arsenal de pretendientes resulte aún más risible para no llorar, salir corriendo a buscar una pistola y terminar con el sufrimiento de atraer pura gente que no sirve para nada (de acuerdo, me pasé de dramática). 
De repente, mientras estaba absorta en la historia y la necesidad de un cajero automático, escuché la frase que nunca me hubiera esperado.
-Lilihana... ¿de dónde sacas a esos hombres? Es que a mí no me cae nada.
Inserte usted el sonido de un frenazo y el olorcito de los neumáticos. Mi cabeza viró de inmediato y mis ojos se entrecerraron en clara señal de desaprobación, de "are you fucking kidding me?" y "¿estás borracha o qué te pasa?". ¿Qué no había dejado suficientemente claro que lo que levanto es pura basura y que no vale la pena pero ni aceptarles un café? 
Ella lo decía muy en serio. Ni un mensajito de "buenos días, corazón", ni un "qué bonita estás". A ella no le caía nada y "envidiaba" mi particular suerte amorosa. Caí en cuenta de algo: siempre hay alguien peor que tú, esa persona que te sube el ánimo con una vida más triste que la tuya.
No solo me ha pasado cuando se trata del corazón. Llevaba semanas quejándome del mísero sueldo que percibo, incapaz para independizarme o disfrutar de placeres frecuentes, cuando me topé con una "colega" en un autobús. Hablamos de cualquier trivialidad, hasta que me contó que daba clases en una universidad y se "resolvía" tutoreando tesis.
-Pero tú no debes tener tranquila. Donde estás te pagan muy bien.
Pensé que era una muestra de sarcasmo y le reiteré cuánto ganaba. Seguía maravillada, tal y como la community manager de una página web donde me ofrecieron trabajo semanas antes. 
-¿Vas a aceptar?
-Vamos a ver. Necesito dinero - le respondí.
-Bueno, a mí aquí me pagan buenísimo. Tengo muchos beneficios, me dieron una tablet... Estoy demasiado bien.
-Pues me alegra. Yo gano bastante mal.
Ella se ensanchó para decirme cuánto ganaba, es una muestra muy femenina de "mira lo bien que me va, perra". Su sueldo era un tanto menor que el mío y cuando se lo dije, se quedó helada.
-No chama, tú estás más que bien. Buenísimo.
Tuve una mezcla de sentimientos. Vergüenza por un gremio tan mal remunerado y conformista, aunque también alivio porque ella era mi consuelo. 
Supongo que yo represento lo mismo para alguien más; mi vida debe llenar de ánimo a muchísima gente, especialmente a esos que leen estas palabras por puro chisme. Pues mira, les regalo un "de nada". Se hace lo que se puede.