La política en mi vida ha ido por etapas. Siempre adversa al oficialismo, antes me desgarraba las venas hablando mal del gobierno hasta que dejé de ver Globovisión. El periodismo me ayudó a ser más comprensiva, a aceptar que Venezuela no era como yo la veía y que lejos de ser ignorantes, quienes apoyaban (y apoyan) a Chávez, tenían buenos motivos para hacerlo. Aún así, en mis 25 años, jamás me acerqué a una concentración política, salvo que fuera por trabajo.
Así como Venezuela es un fósforo a punto de encenderse, yo esperaba la mínima chispa para levantarme a ver qué sucedía en las calles. Cuando Lesly me dijo que quería ir a la concentración de la Cruz del Papa, no dudé en acercarme.
Me vestí totalmente desprotegida del carnet del periódico, la libreta y el bolígrafo. En mis bolsillos solo llevaba un poco de dinero, un polvo compacto, las llaves de mi casa y el celular. Con dificultad llegamos al punto de encuentro, y pasé a mezclarme con la gente, a convertirme en una "escuálida" más, aguerrida, de calle, o mejor dicho, a "protagonizar" el hecho, con los ojos y el oído agudo para escribir.
Virgen a los 50
Alta Vista mutó. Este lunes no suena a neumáticos y el insulto de los conductores. La melodía no grata al oído proviene de las cacerolas, o mejor dicho, lo que sea cuyo golpe haga bastante ruido: ollas, platos de metal, tapas y torteras que tras la continua embestida ya no servirán para postres perfectos. Aún no oscurece, pero el cielo se ilumina con fuegos artificiales y la tierra con las consignas.
La mayoría de los que protestan son jóvenes. Guayacitanos que no pasan de los treinta años, que pintan sus rostros y gritan sin parar, sin escuchar a los miembros del Comando Simón Bolívar que intentan hablar en un camión con un sonido mal montado.
Cuando se lo comento a Lesly, una señora me enfrenta.
-También estamos los no tan jóvenes, pero es por ustedes
No lo vi venir, probablemente por su baja estatura. Converso un rato con ella (pregunto, la verdad) y me entero que se llama Gloria y que vive en Villa Asia. El domingo estaba confiada que "El Flaco" ganaría, hasta que vio a Tibisay Lucena bajar las escaleras con una gran sonrisa. Sintió que su pulso disminuía.
-Allá sonaron las cacerolas hasta la madrugada. Todos estamos protestando este fraude. Nos robaron.
Desde las 2:00 de la tarde estaba en la calle con dos vecinas. Se montó en su carro y se unió a las caravanas que encontraba.
-Mi hija se graduó de medicina hace poco. Está en Alemania haciendo unos exámenes para estudiar por allá porque no puede ser que gente menos preparada que ella sea su jefe. Yo estoy en la calle por ella, porque el gobierno me arrebató a mi hija.
Gloria golpea su pequeña olla con el ímpetu que le da el amor por Venezuela y la ansiedad de lo inédito que comprendo cuando me despido. Ella me toma del brazo y me dice:
-Tengo 57 años y esta es la primera vez que salgo a la calle a protestar. Hubo fraude. Ya basta de tantos engaños.
El pésame
La teoría de los siete grados de separación se quedó pequeña en Guayana. Siempre he pensado que aquí todos nos conocemos, aunque sea por descarte. Si hay algún grado de separación ha de ser de 0,5 y la concentración caprilista lo comprueba.
Mientras recorres los entresijos, saludas a muchos con una particularidad: el abrazo y las miradas parecen esconder un "gracias por venir", un "mi más sentido pésame" y un "hay que seguir adelante". Para ese grupo, el domingo murió Venezuela (otra vez). Henrique representaba un futuro diferente y ahora se lo han arrebatado de las manos.
-Pero ¿tú crees que hubo fraude?
La pregunta se la hago a una ex-compañera de fuente, que estaba al lado del camión de Primero Justicia, siguiendo los guiños de un fotógrafo quien, cual titiritero, le pedía a la gente que gritara más fuerte y gesticulara más para la gráfica.
-Ay, chama... Si no hubo fraude, igual tenemos que salir a la calle. Es la única manera de acabar con esto.
Como ella, noto que a pesar de que los autos y las calles están rayadas con la palabra FRAUDE, algunos (como yo) tienen confianza plena en el CNE. Ahogando la voz en consignas archireconocidas por ellos (no por mí), porque ven este el momento idóneo para acabar con el legado de Chávez, aunque yo no dejo de pensar que esto terminará de otra manera. Seguramente me equivoco.
Quemar cauchos por la paz
-Gordo, ¡no me dejes sola!
-Te dije que se iba a poner feo, mi amor. Te dije que te quedaras en la casa.
-No gordo, no me dejes.
Barbie y Ken (como los bauticé) se abrazan frente a la fogata poco romántica. Desde el corazón de la concentración, los dirigentes de la oposición hablan de paz y cordura. A pocos metros, cerca del Palacio de Justicia, esos términos no existen.
El acceso a la calle fue cerrado con una línea de fuego, literalmente. Las caras de los jóvenes están tapadas con banderas y camisas, para que el humo no los ahogue. Primero quemaron basura y gaveras de cerveza frente a una Guardia Nacional inmóvil. Después llegaron con cauchos que al encenderse cubren Alta Vista con una humareda muy densa. El grupo se mueve como un rebaño. El líder tensa los hilos a su antojo.
-¡Vamos a cerrar la calle! - grita y todos lo siguen.
La indignación los ha llevado a ese punto: al de la intolerancia.
-Por allí y que viene la policía. Que vengan, que les vamos a caer encima.
Los ánimos templan ante cualquier información que llegue al teléfono.
-Y ya cerraron Globovisión.
-¡Qué cagada! Esta mierda no puede seguir así
Cada palabra, cada grito, cada consigna, impregna a las personas de una ferocidad mediana, que crece cuando llega la tanqueta. Entonces, quienes protestan abajo, suben para enfrentar a la fuerza. Entre el grupo, diviso a un viejo amigo, con algo en la mano que resultó ser una bandera.
-Mijo, ¡pensé que llevabas un bate!
-¡Ojalá! ¡Con la arrechera que le tengo a estos guardias provoca darles unos coñazos!
Van temerarios, tocan las cacerolas y vociferan lo que les venga a la mente hasta que el conductor del vehículo militar sube la acera para sembrar más miedo y todos se alejan despavoridos. Cuando ven que no pasa nada más, vuelven a agruparse.
A las 8:00 de la noche ya dejo atrás la concentración. Camino por una Alta Vista diferente, llena de humo, hastío y fuerza. Suena mi teléfono y llega el mensaje que no esperaba.
-Pitiyanki, escuálida, quema caucho.
Es una amiga que me ha visto entre la gente y yo, con el olor a fuego y cenizas en mi ropa y mi cabello, no hago más que sonreír porque he cumplido mi misión. Más que "escuálida", me siento periodista.
Fotografías: Lesly Martínez @LeslyAdelayla
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