viernes, 5 de abril de 2013

Un diván politizado

Leer Sangre en el Diván de Ibéyise Pacheco nunca estuvo en mis planes. Aunque la investigación fue centro de decenas de conversaciones entre colegas periodistas, el caso nunca llamó demasiado mi atención. Creo que fue cosa del destino que cayera en mis manos aquella noche, como si alguien previniera lo que estaba por venir en mi futuro laboral. Cuando lo empecé a leer, no pude parar.
Esa impresión y adrenalina de devorar un libro se fue desvaneciendo a medida que recorría las páginas que narran la escabrosa muerte de Roxana Vargas, una jovencita con severos problemas en su psique que logró tumbar los muros de Edmundo Chirinos, el gran psiquiatra venezolano. La historia te adentra a una batalla entre una joven carente de autoestima y un ególatra con todas sus letras.
El primer capítulo del libro pone sobre la mesa lo que todos supimos por la prensa: Roxana fue paciente de Chirinos quien se aprovechó que estaba sedada para abusar sexualmente de ella. Cualquiera creería que el instinto de toda mujer es apartarse de este señor, pero Roxana no lo hizo. Al contrario, lo buscó y entabló una relación sexual (que de sentimental no tuvo nada) con el doctor. 
Según su madre, el motivo era la venganza. Según sus amigos; el amor. Yo considero que el daño emocional que tenía la obligaron a aferrarse con las uñas al único hombre que se había interesado en su cuerpo. Estaba demasiado minada y desvalorizada al verse al espejo con sobrepeso y notar cómo el hombre que quería (un amigo de su hermana) solo la miraba como una amiga.
Como toda relación enfermiza (y entre enfermos), culminó mal. Amenazas por parte de ella de revelar los secretos de Chirinos (no era ella la primera paciente violada, además de otros detalle), desencadenaron su asesinato en el que su cadáver contó la historia, así como las pruebas gráficas (un blog y una libreta de historias) donde describía lo que pasaba.
La investigación es tan densa, que el segundo capítulo (una historia de vida de Chirinos), se vuelve eterna. Claro nos queda desde la primera página que la autora cree que este hombre es culpable y que le tiene cierto grado de repulsión, lo que imprime en cada letra hacia él y mientras lo escuchas hablar (o lees cómo se mira a sí mismo), caes en la provocación de entrar en la páginas, tenerlo frente a frente y golpearlo.
Si bien es cierto que cada una de sus palabras demuestran que el doctor vive en un mundo que, según piensa, gira gracias a él, ciertas confesiones de su vida pueden ser fácilmente editadas. Sobraron.
Como lectora y periodista, podría haber pasado esto por alto, pero es la carga política del libro la que me molesta. Una y otra vez se repasa la posibilidad de que Chirinos fue psiquiatra de Chávez o de su ex esposa, que si bien fue fundamental para el centimetraje en la prensa, Pacheco se afinca tanto en ello que distorsiona la naturaleza de la investigación (o revela la verdadera, dependiendo del cristal con que se mire). 
El libro reproduce, por ejemplo, comentarios del blog de Roxana, escritos tras su muerte, donde se habla de Chávez, su supuesta locura y cómo ha influido Chirinos en ello. En un tris, un caso de noticia roja se convierte en un tema político, que en el fondo, tiene muy poca relevancia (salvo la dada por la escritora). 
Aplaudo el tercer capítulo, el psicoanálisis de Chirinos realizado por tres expertos, pero a quien se le da más extensión es a una doctora, claramente indignada ante la falta de ética del doctor, que expone más sus sentimientos en lo que debería ser una ciencia.
Se nota que había prisa por escribir. En varios fragmentos, Pacheco deja de jugar y atrapar al lector, para lanzarle sus impresiones de golpe, sin anestesia, sin el cariño que necesita un texto para enamorar a quien lo lea.
Hoy Chirinos está en su casa. Recibió una medida cautelar de libertad: casa por cárcel, por su avanzada edad y algunos problemas de salud. Ibéyise tiene un nuevo boom literario: El Grito Ignorado que versa sobre la muerte y tortura de un niño en Guanare. Probablemente lo lea si es que vuelve a llegar a mis manos por casualidad.
A Pacheco, Bravo por la investigación. Fue una oportuna clase de periodismo. Del resto, mi inconformidad ya la he revelado.

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