La propuesta de C me dejó pensativa. Después de terminar nuestra cortísima relación en noveno grado, supe muy poco de él. Primero se fue a un liceo diferente al mío, luego se mudó a Caracas y empezó un curso de cocina. Ahora estaba en su elemento, su verdadera pasión: el arte.
Los años en la universidad lo habían cambiado y yo lo notaba en sus palabras. Hablar con C era conversar en un idioma diferente. Él es de química, de cuerpo, de sentimiento, de pasiones y vida. Yo soy más directa, más de cinco wh, más de información concreta, más de periodismo.
Cuando supo que estaría en la capital unos días, me pidió que nos viéramos. Por diversas circunstancias lo pensé mucho. Finalmente accedí.
-Te voy a presentar a mi ex. No te asustes. Él es diferente. Excéntrico. Se pone piercings y se pinta el cabello de colores.
Mi amiga me acompañaría a la cita. Me quedaba en su casa e íbamos juntas para arriba y para abajo, por lo que no dudé en invitarla. Después de todo, no se trataba de nada romántico, sino un reencuentro de viejos amigos.
Llegamos al centro comercial y él ya nos esperaba. Mi amiga y yo dimos vueltas por la feria de la comida y nos topamos de frente con C. Nos abrazamos como nunca y nos vimos con cuidado, curiosos de cuán generosos los años habían sido con nosotros.
Apenas nos sentamos, empezamos a conversar: de la vida, el futuro y sobre todo, del presente. Yo le comentaba qué había sido de mí y él me hablaba con gran pasión de sus gatos, su universidad y del amor de su vida. Cuando nos dio hambre, fuimos por una pizza.
-Yo pago.
C es un caballero y nos dejó elegir lo que queríamos comer. Se fue a hacer la fila de caja y mi amiga me soltó una que no me esperaba.
-Me aguanto con tu amigo.
Reí muy nerviosa, con una mirada de reproche. Pensé que se trataba de una broma, una muy mala porque no podía ser que ella no viera lo que yo veía.
Regresamos a la mesa con uno de esos aparatos que suenan cuando el pedido está listo y a mi compañera no se le ocurrió otra cosa que ahondar en la vida personal de C.
-Sí, pero háblame de tu esposa (...) Y ¿qué piensa tu esposa de (...)?
Él reveló sus continuas infidelidades y ella volvió a inquirir sobre cómo sobrellevaba una pareja de esa manera.
-En las relaciones homosexuales no existe la fidelidad.
No sé cómo aguanté la risa y no sé cómo ella pudo disimular su asombro. Cuando creí que ya habíamos aguantado suficiente, el artefacto de la comida hizo un escándalo y C se levantó a buscar el pedido. Se supone que lo acompañaría, pero las uñas de mi amiga se aferraron a mi antebrazo y con él, mi cuerpo a la silla. Una vez se alejó lo suficiente, vinieron las preguntas obvias.
-¿Tu amigo es gay?
Cuando estábamos juntos, C disfrutaba pintar y hacer manualidades, amaba la cocina y a Britney Spears. Pero, en ese momento, la homosexualidad no era algo que rondaba en mi mente. No estaba tan avispada como ahora, que apenas dicen "hola", mi radar gay estalla (unas veces más acertadas que otras). Fuimos novios de "manita sudada", de besitos bajo una mata de mango y detrás de mi casa. Nunca pasamos a más y para mí era normal. Yo creía que éramos un par de chicos buenos y nada más.
A medida que fue pasando el tiempo y me mente se amplió a otros espectros, me surgió la duda. Veía sus fotos, recordaba sus maneras y concluía que era gay. Lo de ahora era otra cosa. Apenas lo vi, mis dudas se disiparon.
C pasó de "disimulado" a "un poquito más y me llaman loca". Cruzaba las piernas y se movía con gran floritura, además de tener un tonito de voz bastante característico.
C pasó de "disimulado" a "un poquito más y me llaman loca". Cruzaba las piernas y se movía con gran floritura, además de tener un tonito de voz bastante característico.
-Obvio que es gay. ¿Cómo no te diste cuenta?
-No me lo imaginé.
Después de eso, la conversación se aligeró muchísimo. C nos dio el recorrido de nuestras vidas por Caracas, nos llevó a su universidad en el oeste de la ciudad, nos mostró el arte en el que trabajaba y cerramos la tarde en un bar de mala muerte, con una rocola y un gran mural de Carlos Gardel.
Desde entonces, nos hicimos muy buenos amigos. Si él viene a la ciudad, me escribe y nos vemos; si yo voy a Caracas, me quedo en su casa o por lo menos, paso un buen tiempito con él.
Desde entonces, nos hicimos muy buenos amigos. Si él viene a la ciudad, me escribe y nos vemos; si yo voy a Caracas, me quedo en su casa o por lo menos, paso un buen tiempito con él.
La historia de cómo mi primer y único novio formal resultó ser gay, me ha servido de anécdota en reuniones grupales. La gente estalla en risas cuando exagero las señales de una obvia homosexualidad. Claro, siempre hay alguien que lanza el dardo que roza entre lo incómodo y lo gracioso:
-Así de mala serías que se volvió gay.
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