Cuando tenía once años, me hice un agujerito extra en el oreja. Cuando llegué a casa, a nadie parecía molestarle. La semana siguiente decidí abrirme otro huequito en la parte de arriba de la izquierda. El efecto no fue el mismo.
No tendría ni 24 horas de haber desvirgado mi oreja, cuando ya me obligaban a quitarme el arete nuevo. Según mi madre, parecía una malandra.
Ella, Doña Luz, es una mujer muy correcta. Se casó a los 21 años y abandonó los estudios de enfermería para cuidar a su esposo y al cambote de hijos que tuvieron. Al perder la posibilidad de obtener un título, su norte siempre fue que sus hijos estudiaran. Cualquier cosa que se interpusiera en el camino, estorbaba. Un zarcillo, por ejemplo, podría ser muestra de rebeldía y los efectos serían las amistades inadecuadas, aún más rebeldes.
Pintarse el cabello estaba fuera de lugar y la televisión se plagaba de personajes populares y atractivos por la diversidad de prismas en el cabello y eso estaba prohibido para mí.
El pseudo drama empeoró cuando cumplí 15 años y descubrí la primera (de muchísimas) canas. Aunque los pelitos blancos apenas se veían, yo me encargaba de que todos conocieran el signo de mi vejez prematura.
En la universidad no aguanté más. Tenía 20, no 40 y mi cabello debía ser oscuro. Con mi primer sueldo, fui directo a Farmatodo, al área de tintes y compré la primera coloración. Después jugué con cualquier cantidad de marrones, uno con el nombre más ridículo que el otro, hasta que por fin me decidí: era hora de pasar al rojo.
Ese primero era mate. Normalito, podría decirse, aunque su efecto en mí fue inmediato. Una vez que juegas con ese color, no puedes parar y mi cabello era cada vez más intenso, más rojizo, más naranja, más... antinatural.
Finalmente llegó el día. Mi melena era demasiado larga y los dos tubos de tintes que había
comprado para esa sesión no me alcanzaban. Mi peluquera sugirió la locura: rojo fantasía, o lo que es igual, el rojo de La Sirenita. Ella tenía uno guardado.
A mí me encantó. Era el que siempre había querido llevar, pero no me atrevía a ponerme. Me pareció fantástico, divertido, diferente, rockero, y me dio mucha fuerza y confianza.
Una vez usas ese color, no temes a nada; puedes llevar lo que sea. Bajé el tono para mi próxima tintura, pero me hice una promesa para el 2013: hacer lo segundo que siempre había querido hacer y copiar el look de Skye Sweetnam.
Dada la premura, no pude usar fucsia. Es un color complicado, que debe ser preparado por un experto. Me decanté entonces, otra vez por el rojo fantasía y una base negrísima. Lo llevé durante cuatro meses y sé que a muchos no les gustó, pero a mí me parecía lo máximo. Mostraba mi locura, mi rebeldía, mis ganas de jugar y lo más importante: que el cabello es cabello y no puede conmigo.
Ahora llevo un morado bastante tenue que ha gustado mucho, pero que yo esperaba que fuera más intenso. Es el segundo de otros tres colores con los que espero jugar este año.
Es también la primera de las muchas locuras/tonterías que espero hacer este año. Después de mi cabello, no temo a nada. Son mis 25 y la juventud hay que disfrutarla.
No tendría ni 24 horas de haber desvirgado mi oreja, cuando ya me obligaban a quitarme el arete nuevo. Según mi madre, parecía una malandra.
Ella, Doña Luz, es una mujer muy correcta. Se casó a los 21 años y abandonó los estudios de enfermería para cuidar a su esposo y al cambote de hijos que tuvieron. Al perder la posibilidad de obtener un título, su norte siempre fue que sus hijos estudiaran. Cualquier cosa que se interpusiera en el camino, estorbaba. Un zarcillo, por ejemplo, podría ser muestra de rebeldía y los efectos serían las amistades inadecuadas, aún más rebeldes.
Pintarse el cabello estaba fuera de lugar y la televisión se plagaba de personajes populares y atractivos por la diversidad de prismas en el cabello y eso estaba prohibido para mí.
El pseudo drama empeoró cuando cumplí 15 años y descubrí la primera (de muchísimas) canas. Aunque los pelitos blancos apenas se veían, yo me encargaba de que todos conocieran el signo de mi vejez prematura.
En la universidad no aguanté más. Tenía 20, no 40 y mi cabello debía ser oscuro. Con mi primer sueldo, fui directo a Farmatodo, al área de tintes y compré la primera coloración. Después jugué con cualquier cantidad de marrones, uno con el nombre más ridículo que el otro, hasta que por fin me decidí: era hora de pasar al rojo.
Rojo fantasía |
Finalmente llegó el día. Mi melena era demasiado larga y los dos tubos de tintes que había
comprado para esa sesión no me alcanzaban. Mi peluquera sugirió la locura: rojo fantasía, o lo que es igual, el rojo de La Sirenita. Ella tenía uno guardado.
Jugando recién pintado |
Una vez usas ese color, no temes a nada; puedes llevar lo que sea. Bajé el tono para mi próxima tintura, pero me hice una promesa para el 2013: hacer lo segundo que siempre había querido hacer y copiar el look de Skye Sweetnam.
Dada la premura, no pude usar fucsia. Es un color complicado, que debe ser preparado por un experto. Me decanté entonces, otra vez por el rojo fantasía y una base negrísima. Lo llevé durante cuatro meses y sé que a muchos no les gustó, pero a mí me parecía lo máximo. Mostraba mi locura, mi rebeldía, mis ganas de jugar y lo más importante: que el cabello es cabello y no puede conmigo.
Ahora llevo un morado bastante tenue que ha gustado mucho, pero que yo esperaba que fuera más intenso. Es el segundo de otros tres colores con los que espero jugar este año.
Es también la primera de las muchas locuras/tonterías que espero hacer este año. Después de mi cabello, no temo a nada. Son mis 25 y la juventud hay que disfrutarla.
Yeah baby!
ResponderEliminarSigue disfrutando tus 25, al máximo. y los que te esperan...
ResponderEliminarMFBM
¡Muchas gracias, profe! ¡Un abrazo inmenso!
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