lunes, 19 de agosto de 2013

Buena amiga... (y la bachata en mi Iphone)

"Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces", reza el dicho, pero es que yo soy buena amiga y lo demás es cuento. Llego a ser tan preocupada (cofcofmetichecofcof) que no duermo pensando cómo resolver los problemas de los que quiero, probablemente en una búsqueda desesperada por huir de mis propias dificultades.
En fin, a lo que vine. Si alguien sabe cómo es ser buena amiga, soy yo y lo demostré en el liceo, con Eliza, mi vecina. La conocí sin conocerla por darme varios sustos en un país aterrorizado por la delincuencia. Pasaba que cada vez que iba a la bodega a comprar algo de último momento, veía una camionetica estacionada frente a mi casa. De inmediato me hice novelas mentales. "Nos van a robar". Y pasó una noche, otra noche y otra noche y la camionetica seguía allí, parada frente a mi casa. Me enteré después que Eliza estaba dentro, padeciendo los síntomas del mal del autobús, léase, esa capacidad de levantarse (y tener algo) con los colectores y choferes que la llevaban a casa.
Cuando empezamos a estudiar juntas, fui testigo cercano de su mal. Salíamos de clase y esperábamos que llegara el conquistador de turno para dar la misma vuelta varias veces por la ciudad. Se nos iban las horas entre conversaciones absurdas, los gritos de parada, el "noooo, no es amor, lo que tú sientes se llama obsesión" de un grupito bachatero que empezaba a sonar, las frutas brindadas que compraban en el semáforo y las lágrimas de ella cada vez que los infelices esos la trataban mal.
Ojo, no me quejo. Ser buena amiga es pagadero. Lo supe un año después, cuando Marisela era mi nueva "compinche", con la diferencia que su vista se iba hacia los uniformados. Ella era tan buena y dispuesta en premilitar, que llegó a ser brigadier; cargo importante si eres un gallo (como yo lo fui) o una pena si eras normal. Además de eso, logró congraciarse con el guardia que mandaron a mi colegio y dicen las malas lenguas que hasta había algo entre ellos. 
A mí nunca me dijo nada y tampoco era mi problema. Lo bueno de esa relación, fue que me permitió pasar con muy buenas notas pruebas que nunca tomé. Lo mío eran las letras; el examen escrito era pan comido. Cuando hablaban de lanzarnos al cerro "El Chupi", echarnos en el piso, ensuciarnos... allí sí que prefería llamar a un abogado, que en mi caso era Marisela. Con un simple mensaje de texto y una excusa barata, pasé con 19 una evaluación de la que aún hoy hablan mis compañeros de clase y que yo viví desde mi cama, con las comiquitas de esa mañana.
No me arrepiento, la verdad es que no. De aquellas épocas guardo toneladas de risas y la satisfacción de lograr manipular ciertas situaciones a mi antojo. Lo malo es que me quedó cierto gustico por la bachatica que oculto en mi Iphone. ¡Eso de ser buena amiga no siempre es bueno!




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