Él propone. "Podemos ver una película en mi casa". Una se tensa. Porque es así, en temporada de conquista, ver una película significa hacer de todo, menos verla. Se te pueden quedar las cotufas, pero que no se te olvide depilarte y llevar ropa interior decente. Esa tarde, la ovación se la llevan ustedes.
Las excusas se consiguen donde sea: el cine siempre está repleto o es muy caro y nunca falta el "no puedo creer que no hayas visto esa película. La voy a descargar".
En mi caso, perdí la cuenta de las películas que dejé a medias o simplemente no vi. Recuerdo muy bien Melancholia de Lars von Trier, de la que supe muy poco. Las letras pequeñísimas, mi limitada visión y un par de manos en proceso de aprendizaje no me permitieron disfrutar de la galanura de Kirsten Dunts, una de mis actrices favoritas. Tampoco supe qué sucedía con Leo Dicaprio en ¿A quién ama Gilber Grape?. Allí se juntaron subtítulos mal pegados, el ansia de una beso y una crisis familiar ajena.
No tengo ni idea de qué va The Perfect Game. Fui víctima de unos besos succionadores, molestos e incómodos que afortunadamente acabaron con el repique de mi teléfono y un afortunado correr de la hora. Tuve que repetir toda la primera temporada de The L Word a solas. Las historias me las interrumpió el deseo y la carrera por un orgasmo que nunca llegó.
Las horas de arte y cultura se pierden en labios equivocados... unos recuerdos son mejores que otros. Así es la vida.
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