lunes, 26 de agosto de 2013

Decepción

-Quiero hacerte el amor esta noche. Ven a mi casa.
Mi expresión facial cambió de inmediato. Era una mezcla de sorpresa, indignación y decepción, aunque el último sentimiento se llevaba los honores. ¿Por qué se portaba así? ¿Por qué este tipo al que le tendí la mano me hacía una petición tan insultante, así, con el aliento apestando alcohol, con las lágrimas a punto de emerger?
No podía sentir otra cosa que una gran molestia con él. Días atrás me contó que había terminado su matrimonio (arrejunte) y su ahora ex se había llevado todo, incluyendo a su hija. Lo vi devastado; el despecho en su punto máximo. Las horas que pasábamos trabajando me dedicaba a buscarle música animada, a hablarle de cualquier tontería e incluso, brindarle el almuerzo porque ya no tenía "mujer que lo atendiera". No sabía yo que los "deberes maritales" que estaba adquiriendo también pasarían al plano íntimo.
Me di cuenta cuando lo invité a una fiesta. Quería que dejara de pensar tonterías, que se relajara, bailara y se olvidara del mundo. Esa noche me pasó buscando a mí y a otra compañera de trabajo. El alcohol corría por las mesas y la música eclipsaba los oídos. Bebió, bebió y bebió y se transformó. Mi amigo quería mi compañía.
No voy a negar que me gustaba. Me parecía muy lindo y simpático, pero me sentía incapaz de llevar una relación de una noche o ser el plato de segunda mesa de alguien (sí, así pensaba antes). También estaba el hecho de que era virgen y no iba a acostarme con el primer idiota que se me parara en frente.
Le dije que no, una y otra vez. Pensé que la locura se disiparía con las horas y me di cuenta de mi error cuando llegó el momento de irnos a casa. Él tomó la dirección contraria hacia su habitación. Volví a negarme, exaltada, molesta, fastidiada.
Mi respuesta no le agradó demasiado. Manejó a toda velocidad y negó todo intento de conversar cuando llegamos a la puerta de mi casa. Apenas me bajé, el motor de su carro rugió con fuerza. Recuerdo que corrí a mi cuarto, directo a mi cama y me eché a llorar. La mañana siguiente, le conté a una amiga el mal rato.
-Háblalo con él. Enfréntalo.
Intenté hacerlo. Él resolvió evadirme. Creo que ese fue el punto más decepcionante: que hiciera como si no hubiera pasado nada; que mi amistad no valiera ni siquiera una disculpa. De inmediato, el cariño se fue al demonio y la voz interna tomó fuerza: "los hombres solo buscan sexo. No puedes confiar en ellos". Y la voz crecía y crecía y crecía... 


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