La etapa estudiantil está llena de información innecesaria. Que no vengan a joderme, en esos años a los alumnos se les enseña un montón de cosas que no volverán a utilizar en su vida. Que sí, que hay que saber cómo funciona el mundo tipo: las plantas hacen fotosíntesis y nos facilitan la respiración y la lluvia es producto de agua de ríos, mares y lagos que se condensan en las nubes y no cae por la magia de los Dioses. Hasta allí nos entendemos, pero ¿qué hay de el montón de ecuaciones matemáticas que no sirven para nada? ¿qué tal las explicaciones de química que no se vuelven a emplear?
-Tú estudiaste comunicación. A ti te interesaba Castellano. A los ingenieros les sirven esos datos.
Falso. De inmediato le refuté el argumento a mi amiga y lo hice con una base sólida: los números de oxidación.
Porque sí, quienes se dedican a los números pueden emplear ese montón de operaciones que yo jamás entendí y que cuando le ponían letricas, lejos de hacerme sentir en casa me complicaban más (¿qué locura es esa de dividir a entre b?), pero yo nunca he escuchado de alguien que utilice los benditos números de oxidación de la tabla periódica.
Para quienes hayan olvidado estas combinaciones mal habidas, los números de oxidación son lo primeritos que te dan en clase de química: Química es; estos son los elementos químicos, estas son sus letras y estos son sus números de oxidación. Ahora, yo profesor no tengo nada más que hacer y le ordeno que se aprenda todo este montón de tonterías para un examen.
-¡Gran vaina, Lilihana! Igual que todos nos copiamos eso.
ERROR. Yo me los aprendí. Yo, que era la galla del salón, me dediqué toda una noche y parte de una mañana a repetir mentalmente los fulanitos números del demonio; a tatuármelos en la cabeza y hasta, de paso, sacarles una cancioncita (y no, no exagero).
Sí, saqué 20 en ese examen, pero ¿qué pasó con eso? Después vimos fórmulas, óxidos, radicales libres, positivo, negativo y no sé que más y llegamos a la hermosa Química Orgánica de quinto año para darnos cuenta que los numeritos no servían para nada. Nunca los volvimos a utilizar.
Esa información no hace más que cubrir un espacio en el disco duro cerebral, que bien podría estar liberado o amalgamado con detalles más importantes del estilo: ¿cómo preparo el aderezo de la ensalada César?
Pero nada, acabo de cumplir 26 años con esos recuerdos allí, sin servir para nada. Esa información debería ser eliminada del plan de estudios escolar o venir con la nota: ÍTEM PARA JODER A LOS ALUMNOS, y avisarles a ellos que no les servirá de nada. Así ellos ven si se los quieren aprender o por el contrario, tendrán una excusa más sólida para explicar el cero a los padres. En dado caso, se puede armar un plan macabro para que sea información importante al abrir una cuenta bancaria o que sirva de contraseña para entrar a una sociedad secreta. ¿Será que la hay y todavía no me han avisado?
-Tú estudiaste comunicación. A ti te interesaba Castellano. A los ingenieros les sirven esos datos.
Falso. De inmediato le refuté el argumento a mi amiga y lo hice con una base sólida: los números de oxidación.
Porque sí, quienes se dedican a los números pueden emplear ese montón de operaciones que yo jamás entendí y que cuando le ponían letricas, lejos de hacerme sentir en casa me complicaban más (¿qué locura es esa de dividir a entre b?), pero yo nunca he escuchado de alguien que utilice los benditos números de oxidación de la tabla periódica.
Para quienes hayan olvidado estas combinaciones mal habidas, los números de oxidación son lo primeritos que te dan en clase de química: Química es; estos son los elementos químicos, estas son sus letras y estos son sus números de oxidación. Ahora, yo profesor no tengo nada más que hacer y le ordeno que se aprenda todo este montón de tonterías para un examen.
-¡Gran vaina, Lilihana! Igual que todos nos copiamos eso.
ERROR. Yo me los aprendí. Yo, que era la galla del salón, me dediqué toda una noche y parte de una mañana a repetir mentalmente los fulanitos números del demonio; a tatuármelos en la cabeza y hasta, de paso, sacarles una cancioncita (y no, no exagero).
Sí, saqué 20 en ese examen, pero ¿qué pasó con eso? Después vimos fórmulas, óxidos, radicales libres, positivo, negativo y no sé que más y llegamos a la hermosa Química Orgánica de quinto año para darnos cuenta que los numeritos no servían para nada. Nunca los volvimos a utilizar.
Esa información no hace más que cubrir un espacio en el disco duro cerebral, que bien podría estar liberado o amalgamado con detalles más importantes del estilo: ¿cómo preparo el aderezo de la ensalada César?
Pero nada, acabo de cumplir 26 años con esos recuerdos allí, sin servir para nada. Esa información debería ser eliminada del plan de estudios escolar o venir con la nota: ÍTEM PARA JODER A LOS ALUMNOS, y avisarles a ellos que no les servirá de nada. Así ellos ven si se los quieren aprender o por el contrario, tendrán una excusa más sólida para explicar el cero a los padres. En dado caso, se puede armar un plan macabro para que sea información importante al abrir una cuenta bancaria o que sirva de contraseña para entrar a una sociedad secreta. ¿Será que la hay y todavía no me han avisado?
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Dedicado a Alesthea, porque estoy contigo.
¡No a los castigos por raspar química!
PD: ¡Ponte a estudiar!
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