viernes, 14 de junio de 2013

La mosca

El zumbido de la mosca interrumpió mi sueño. Revoloteaba de aquí para allá; exigía mi atención molestando en mi oreja, asomándose en la entrada de mi cavidad nasal, prohibiéndome cerrar los ojos por más de treinta segundos.

La esquivé como pude, con movimientos inútiles de mi mano inconsciente, de mi mente dormida ante la agilidad de sus alas. La mosca era insistente; se alejaba por instantes y volvía al ataque.

Entendí que era una batalla que nunca ganaría y resolví compartir mi sueño con ella. Me volví esclava de sus manías, amante de su movimiento desordenado. Me prometí dejarla revolotear y darle la atención que buscaba. Quizá, poco a poco, sería menos anárquica.

Cuando desperté de mi delirio, la mosca ya se había ido, aunque su zumbido aún retumbaba en mi oído con dos preguntas: ¿quién te dijo que una mosca deja de ser mosca? y la más importante, ¿por qué atrajiste a semejante insecto? 

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Inspirado en "La bomba domesticada" de Leila Macor 
publicado en su libro "Nosotros los Impostores"

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