Julio
González es dueño de la panadería tachirense de Alta Vista
El
orgullo de Táchira en las mesas guayanesas (I)
***Abandonó
Táchira al abrírsele las puertas de trabajo en Guayana. Pensó que
sería por poco tiempo, pero sentó las bases de su familia en esta
ciudad. Ahora es dueño de la panadería tachirense, punto de
referencia de la zona.
Lilihana
Lara Arévalo
llara@primicia.com.ve
Fotos: Wilfredo Álvarez
Fotos: Wilfredo Álvarez
Julio
González podría pasar la entrevista entera sin decir nada. El olor
a pan recién horneado y el ir y venir
de los clientes ya dice bastante. Gorra del Deportivo Táchira
encima, el hombre relata su historia,
esa que lo hace amar tanto a Guayana, una tierra que le dio la mejor
de las oportunidades: unir
a su familia con orgullo andino.
Tengo
57 años y soy de profesión ingeniero electrónico. Yo me gradué en
Estados Unidos por el Plan de
Becas Gran Mariscal de Ayacucho.
En
el 82 conseguí trabajo en Sidor, en la época en que Sidor lo
buscaba a uno por periódicos y le mandaban
hasta los pasajes. Sí,
todo fue por correo, me mandaron los pasajes, me entrevisté, regresé
y luego me mandaron a venir
a trabajar.
Sidor
fue privatizada en el 96, yo sigo trabajando con los argentinos,
trabajé dos años con ellos en la parte
de ingeniería y luego de ese tiempo logré salir de Sidor porque
quería otros proyectos, no sabía qué
era, pero quería algo independiente.
En
una visita a Mérida hablé con un primo y el pan es muy famoso a
nivel nacional.
Los
turistas de Táchira lo conocen mucho, siempre regresan con las
bolsas cargadas de pan y esta es
una zona donde habemos bastantes tachirenses, habemos
bastantes merideños, habemos bastantes
andinos.
El
secreto mejor guardado
Con
la visita a su tierra andina, nació la idea. Ejecutarla no era tan
sencillo. La preparación del pan tachirense
es uno de los secretos mejores guardados de la cultura de su pueblo,
al tratarse de un producto
de orgullo y exportación.
Un
primo de Mérida estaba vendiendo unos equipos: un horno, una máquina
y una regis- tradora, con la
plata que tenía ahorrada se los compré y empecé a buscar lugar.
Esta
es una calle -la Milán de Alta
Vista-
es muy concurrida. La gente de Puerto Ordaz siempre tiene que
pasar por aquí y este es un pan muy sabroso, no es un pan normal
como el que se vende en cualquier
panadería. Es un secreto que ha pasado de generación en generación.
Al
principio teníamos nexos con la Panadería Independencia en Táchira.
La madrina de mi hermana era
dueña de la panadería.
Eso
permitió de que nos abrieran las puertas para estar allá. Lo hacen
con muy poca gente. Pero como ellos sabían que vivíamos lejos y
eso, nos enseñaron. La gente es muy respetuosa de lo que lleva el
pan.
Inicio
optimista
Julio
vio en el pan, la idea perfecta para el retiro de las empresas.
Pasaría del calor de los hornos de Sidor a las altas temperaturas de
cocción del pan.
La
diferencia era el dulce olor que irradiaba, ese gustico delicioso que
vendió el producto sin necesidad de mucha promoción.
Pensé
que se iba a vender y ciertamente, desde el primer día vendimos
bastante. Empezamos pequeñitos,
no tenía vitrina y se veía el horno atrás.
Yo
trabajé con unos panaderos allá que me enseñaron y son familia
también y yo estuve un mes aprendiendo
las técnicas.
Luego
me traje un panadero de Rubio muy bueno, empecé con él también y
yo tenía una máquina pequeña,
un horno pequeño y una nevera de esas caseras y le pregunté: ¿qué
podemos hacer?.
“Bueno,
lo que usted quiera”. Esa respuesta te demuestra que es una persona
que sabe lo que hace. Él
me enseñó sus técnicas.
La
gente hacía cola para comprar el pan porque nos veían que lo
sacábamos. La gente esperaba pegadita
a la pared, esperando que sacáramos el pan. Y uno sacaba la bandeja,
sirviendo.
La
publicidad ha sido el mismo producto, la gente que viene. De repente
tú le llevas un pancito a tu mamá,
tu mamá le da un poquito a la vecina con cafecito “¿y dónde
compraron ese pan?”. “En Alta Vista”.
La gente pregunta. Esos
vienen. Esa ha sido la manera. Uno habla del pan este y la gente lo
conoce y el aroma del pan
es
muy importante. Cuando uno está horneando, viene gente caminando,
buscando la panadería.
Por
allá, en el Paseo Caroní olían y empezaban, como en las
comiquitas, a olfatear.
Empezamos
con poquitico, con medio saquito. El hijo mío se iba con la Vitara,
metíamos el pan en la Vitara
y se iba al Santo Tomé.
Este
pan huele muchísimo y la gente empezaba a preguntar. A veces ponían
el cartel al revés. Poco
a poco... vendíamos también con mi cuñada. Mi esposa se los
llevaba a la CVG.
Aprender
del error ajeno
Tener
un negocio se divide en varias etapas: crearlo, darlo a conocer,
lograr el éxito y mantenerlo. Esta última etapa es la más
complicada, porque los clientes tienen un paladar exigente y notan
algún cambio de inmediato.
Julio
es astuto. Con su hablar “cantaíto” recuerda el caso de una
panadería en su tierra que perdió clientela por bajar la calidad de
su producto.
En
Capacho había una panadería muy importante. Era una familia que
venía de dos o tres generaciones con esa panadería.
El
panadero, el señor Maldonado, era el que estaba ahí pero la gente
se fue poniendo viejita y a los nuevos no les fue gustando el
negocio.
La
compraron unos comerciantes, una gente que no sabe de pan y no le
quisieron pagar al señor panadero, al maestro, lo que él estaba
pidiendo.
Empezaron
a quitarle ingredientes al pan porque llevaba muchos productos. La
gente dejó de ir.
Es
un pan que si uno no le respeta sus propiedades... lo básico es
conservar la tradición del pan. No le puedes quitar leche, no le
puedes quitar huevos. No le puedes quitar nada de lo que lleva. Hay
que hacer y siempre repetir, todo pesaíto, calibraíto. No te puedes
salir de allí. Si lo haces, pierdes la confianza.
Tachirense
y no andino
Julio
González hace una aclaratoria importante: no se trata de pan
“andino”, sino de tachirense.
El
error cotidiano es parte de una generalización sobre la tierra donde
nació el sabor del pan, pero fue Táchira el primer lugar donde se
elaboró.
Nosotros
los andinos nos sentimos orgullosos de este producto. La gente lo
llama pan andino y es pan tachirense.
Ese
es un pan que nació en esa zona.
Segunda parte
La
panadería tachirense llena de satisfacciones a los González
El
pan a la mesa y en familia (y II)
***Los
andinos se acercan a la panadería con regularidad. Con el sabor de
los manjares evocan la vida en sus pueblitos de origen; incluyendo
una hermana perdida de Julio que llegó por mera sorpresa.
Lilihana
Lara Arévalo
Somos
cinco hermanos. Mi papá era músico y compositor y tocaba en la
banda de Capacho. Tocaba el clarinete. Yo toco guitarra.
Mi
mamá fue enfermera en un pueblito, El Hato de la Virgen. Cuando uno
lee “Cien años de Soledad”, el pueblito Macondo, es muy parecido
a esos pueblitos. Como decía García Márquez es esa área de
Táchira y Santander.
Estuve
un tiempo en México para estudiar. Por problemas políticos cerraron
la universidad y allí me tocó Estados Unidos.
Mi
esposa también es de Capacho. Casi que está conmigo desde siempre.
Era un pueblo pequeño y se conoce todo el mundo, uno queda flechado.
Ella
estaba estudiando enfermería en Maracaibo y lo dejó para irse
conmigo. Nos casamos jovencitos, de 18 años. El matrimonio, yo veo
las fotos de ella cuando se estaban casando y parece que estuviera
haciendo la primera comunión.
Trabajo
familiar
Además
de respetar las propiedades del pan, Julio revela la herramienta
principal para la celebridad de su negocio: el trabajo en familia.
Tal
como el pan que crece con la levadura, sus ventas mejoran teniendo al
lado a la mujer de su vida; empezando el día con el sudor de su hijo
amansando pan.
También
se ha cruzado con las personas precisas: una vez empleados que ahora
son considerados hijos y hermanos; gente responsable e interesada en
colaborar con la prosperidad de la panadería.
Todos
mis muchachos se graduaron y toditos trabajan acá. Gracias a eso
existe esta panadería. Para mantener
un negocio es necesario el trabajo en equipo.
El
pan tachirense es un pan de crecimiento lento. Tiene aproximadamente
24 horas para crecer. Por ejemplo, hoy se hizo el pan de mañana. Uno
llega en la mañana a preparar los saladitos y esas cosas.
A
las 6:00, 6:30, empiezan a llegar los otros empleados y empiezan a
preparar el pan normal: las quesadillas y eso. A las 8:00 es que
abren y hacemos el pan del día.
A
las 5:00 de la tarde vamos cerrando. Ya está un poco oscuro y uno se
pone como pajarito. Se queda uno a hacer la limpieza. A las 7:00,
7:30 cerramos.
La
hora fuerte es al mediodía, cuando la gente sale de trabajar. Antes
a las 4:00 era bastante fuerte, pero no conseguían pan. Ahora vienen
graneaditos.
Tengo
que darle las gracias a los empleados que tenemos porque los
empleados tienen bastante tiempo con nosotros. Con el
personal hemos corrido con bastante suerte, muchachos buenos,
responsables.
La
sorpresa
La
satisfacción de un negocio próspero llega a puntos inesperados de
su vida. Además de los guayaneses, decenas de andinos acuden a la
panadería para sentir en el paladar el sabor de su tierra. Fue así
como Julio se encontró con un pariente perdido.
Un
día estábamos aquí, recién comenzando, como a las 7:00 de la
noche, uno abría un poquito más
tarde
y cerraba más tarde. Llega un muchacho y me dice “mira, mi abuela
es de Capacho”. Al otro día llega un carro, una camioneta roja, se
bajó un señor con una señora mayor que yo. Empezamos a hablar allí
y dice la señora “bueno, anoche estuvo el hijo mío por acá, me
dijo de una panadería de Capacho. Yo soy de Capacho también. Mi
mamá es de Capacho”, yo le digo: mucho gusto, soy hijo
de
Ernesto Pérez. Cuando le digo eso, la señora se puso blanquita,
sentí que se puso a temblar, a temblar... mi papá por ser músico
es picaflor y dije “ajá, esta es hermana mía” y le aclaro, “es
Ernesto, el que toca clarinete”.
La
muchacha empezó a llorar y a llorar y el señor me dijo “señor,
¿ya sabe qué es lo que pasa? Ella es su hermana”. Conseguí una
hermana gracias a la panadería.
Fama
inesperada
A
pesar del ir y venir constante de la clientela, no todo es sencillo
para
Julio. Recuerda los inicios, cuando debió encontrar el punto exacto
del pan normalmente preparado en un clima diferente.
También
es un trabajo satisfactorio. Quizá no conozcan su cara, pero Guayana
entera sabe de su trabajo.
Aquí
nos ha constado mantener la calidad del pan porque es clima caliente
y parece que se desarrolla mejor en climas templados. Se comporta
mejor en esa región. Crece bien, se desarrolla bien. Uno ya ha
aprendido a manipularlo.
Yo
creo que los hijos tienen que llevar esto a otro nivel. Hacer la pa-
nadería un poquito más grande. Necesitamos espacio para tener todo
el pan.
El
pan para mí ha sido un producto de orgullo porque gracias al pan nos
conoce mucha gente, una ciudad, que sin esto sería un trabajador
más.
Antes
cuando viajaban en San Cristóbal, pedían que les trajeran pan.
Ahora no pasa. Este pan ha llegado hasta Europa. Se lo han llevado
hasta Suecia, hasta Italia. A Estados Unidos lo llevan todo el rato.
El pancito se ha dado a conocer.
Más
que pan
Si
bien es el pan tachirense el producto principal de los González, en
la panadería ofrecen otros alimentos igual de deliciosos y altamente
buscados.
Quesadillas,
donas, pan de coco, sema de bocadillo. Todos son llevados a las casas
de quienes deseen disfrutar un poquito de sabor, amor y calor
tachirense. Julio tiene sus productos favoritos también: A
mí me gusta mucho la sema de bocadillo.
Es
una pan con bocadillo por dentro. Las quesadillas se hicieron muy
famosas. Por allí dicen que las quesadillas son parte de los
guayaneses. Es bueno escuchar eso.
Publicado en Diario Primicia
Página 15 del 23 de junio de 2013
Página 16 del 24 de junio de 2013
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