domingo, 5 de mayo de 2013

La magia de Dralion


Impresionante El espectáculo de Cirque Du Soleil no tiene  desperdicio

La magia de Dralion

**La cola, la demora, el sol y los precios exagerados se olvidan con la entrada de Giovanni, el payaso que presenta la esperadísima función en Venezuela

Lilihana Lara Arévalo
Fotos: Google Images

Caracas. La música vibra en todo el cuerpo. Los artistas salen, bordean el escenario, se toman de las manos y hacen una reverencia. Hay gritos, aplausos y ovaciones; las únicas nimiedades que puedes ofrecer ante el espectáculo que acabas de presenciar. Una fuerza te impulsa desde adentro; no lo piensas, te levantas y te desgarras las manos a aplauso limpio. Ese es el final de Dralion, el acto que Cirque Du Soleil presenta ahora mismo en el Poliedro de Caracas.
El inicio de esta historia se remonta a julio de 2012, cuando Emporio Group hizo un anuncio escueto de la llegada de la compañía canadiense a nuestro país. “CIRQUE DU SOLEIL, VENEZUELA 2013” decía la comunicación, acompañada del logo del grupo fundado en 1984.
Desde entonces estuve al pendiente de cada detalle, de los rumores de posibles espectáculos a presentar y por supuesto, el precio de la entrada. Es que si esa maravilla que tantas veces vi en la televisión llegaba a Venezuela, seguramente costaría un ojo de la cara.
En diciembre se develó la duda: Dralion, una obra sobre la confluencia de los cuatro elementos sería la presentada. La entrada más económica costaba 350 bolívares y venía con un estigma: mala visibilidad. Si quería disfrutar del circo, tenía que pagar un poco más.
-¿Cuántos años tienes?
-25
-En ese tiempo, ¿cuántas veces ha venido ese circo a Venezuela?
Gabriel –mi doctor y gran amigo- nombró el punto clave y me dio el empujoncito que necesitaba para ir por mi boleto. Fue mi autoregalo de Navidad.

Timada
La cita estaba pautada: Domingo, 28 de abril. 2:00 de la tarde. Llegué a Caracas esa mañana, me di un
baño y corrí al Poliedro de Caracas. Si quería entrar, tenía que estar como relojito inglés, dos horas antes de la función.
A las afueras del Poliedro puedes comprar camisas, llaveros, gorras, bufandas y cuide usted sino el sudor de alguno de los artistas. Los vendedores más astutos se colocan en la puerta principal.
-Chama, los binoculares pa’ que veas bien.
¡Perfecto! Entre el astigmatismo, la miopía, una ayuda a mi vista no me venía mal.
-¿En cuánto?
-Cincuenta, mami.
Saqué el dinero enseguida aunque me pareció que era demasiado barato, demasiado perfecto. Inspeccioné el artefacto e intenté chequearlo en mis ojos.
-Tienes que graduarlos, chama. En la rosquita del medio. Están graduados a mi vista, pero eso sirve.
El mentía y yo lo sabía, pero no quería discutir. Frente a mí se alzaban unas escaleras tipo Rocky para ir a retirar la entrada y alrededor, un montón de filas indias larguísimas en cada una de las puertas del Poliedro. Era tarde. No tenía tiempo que perder.

La cola
Emporio Group es una empresa muy astuta. Perdí la cuenta de la cantidad de personas contratadas para indicarte hacia dónde debías dirigirte. No acabas de dar dos pasos, cuando otro joven con camisa negra te sonríe y te dirige.
Cuando compras la entrada a Dralion, lo que te queda es un comprobante: un papel impreso en casa que ruega a Dios que no se te pierda, o te toca llorar.
Días antes de las presentaciones, hubo una jornada para retirar las entradas en el Sambil de Caracas y los del interior teníamos una segunda opción: canjearla por el boleto verdadero el mismo día del evento.
Debía ir hasta la taquilla 14 para obtener mi entrada verdadera. Antes que yo, y frente a otro montón de ventanillas, había decenas de personas haciendo lo propio; en realidad intentando.
-Señores, les rogamos paciencia. No hay sistema.
El horror. Las reglas eran claras: si son las dos y no estás adentro, te lo perdiste y la empresa tampoco contaba con un plan B.
Frente a mí había dos señores y detrás, un grupo de jóvenes dicharacheros.
-¿Y ustedes de dónde vienen?
-De aquí, de Caracas.
Así me di cuenta que la línea que suponía ser para “los de afuera”, era la cola de los “no tuve tiempo” y los “me dio ladilla ir para allá”.
Pasaba el tiempo y el sol golpeaba con más fuerza. Cada rayo en la piel incidía en la “calentura” de los que esperaban. Empezaron los típicos chistes y comentarios: “en este país se hace cola para todo”, “ni que estuvieran dando leche”, “esta gente se tarda más que Tibi”, “pero que no venga Tibi, que la última vez nos jodió”.
El sarcasmo se escondió para dar paso a una creciente protesta de gritos y “cacerolazos” (o golpear las barandas de metal con lo que sea que tenga a la mano) y después a actos violentos: insultos a las chicas de las cajas y hasta golpes a la estructura de plástico que separaba a los trabajadores de la empresa de los compradores.
-¡Ya se reestableció el sistema!
Con él, llegó el vitoreo y el paseo tipo Miss de los primeros que salieron con sus entradas. Fila J, puesto 15, grada superior lateral, era mi puesto. En media hora empezaba la función.

Timada, parte II
Si hay algo que nunca pensé fue comprar chucherías o algo para picar. Sabía que la función duraba más
de dos horas y que había un break de veinte minutos, pero comer no estaba en mi cabeza.
Me sorprendí al encontrarme con tantos tarantínes. Donas, tequeños, cotufas, refrescos, dulces, dulces y más dulces ofrecían en cada uno de los puestecitos.
-Me das un refresco y unos tostones, por favor. ¿Cuánto es?
-Cincuenta.
-¿Perdón?
Lo tomas o lo dejas. No crea usted que se va a encontrar con una mejor oferta en el puesto de al lado, al contrario, corre el riesgo que sea más caro.
Nuevamente colaboré con el robo a mano desarmada, hice la cola en la puerta que me indicaron -para que después me dijeran que era otra-, esperé y esperé hasta que por fin llegué a mi asiento, bastante desmoralizada.
A mi lado se sentaron tres hermanos: unos chilenos residenciados en Caracas que ya habían visto otros espectáculos de Cirque Du Soleil. El mayor tenía en sus manos unas cotufas tamaño mini mini (las únicas que ofrecen) y las engulló en unos segundos.
-Señor, ¿cuánto pagó por esas cotufas?
-Sesenta, hija – dijo, mientras deshacía la cajita de cartón y la metía en la cartera de su hermana.
-¡No me eches la basura! – saltó ella.
-¡No es basura, es un recuerdo! Del circo y de las cotufas más caras que me he comido en mi vida.

Color, lágrimas y risas
-Apaguen los celulares, por favor. Señorita, ¡que apague su teléfono!
Los chicos de Emporio Group iban de aquí para allá asegurando que se cumpliera la petición y al seguirlos con la mirada, te das cuenta de la cantidad de locaciones que quedaron vacías. Los “privilegiados” (los de la entrada más cara para ver cada ínfimo detalle de los actores), eran menos de diez personas. Hileras enteras vacías generaron un micro debate antes de empezar:
-Es que es muy caro. ¿Y las funciones que abrieron después? Esas entradas llegaron a cinco mil.
-¡Valdrá la pena!
Mi “vecino” tenía razón. En el momento que las luces se apagaron y Giovanni, el payaso, empezó a hacer travesuras con sus amigos Alberti y Vincenti, a uno se le olvida todo: la cola, los precios, el sol, el despelote, el que no quiere apagar el celular…
Desde ese momento, usted ruega por ser Pedro, el chico del público del que se mofan los payasos (y que termina siendo un actor más), usted vibra con los colores, con la música asiática, las figuras, el maquillaje y los dragones, se deslumbra con la innegable disciplina de los chicos en escena, ahoga gritos con cada acrobacia y entrecierra los ojos con los saltos de los muchachos del trampolín que se trepan por las paredes, rogando que no se maten pero con el morbo de que se caigan.
Contorsionistas, equilibristas y acróbatas te mantienen con el corazón palpitando con toda fuerza. La emoción te toma de tal manera que eres capaz de dejar salir un par de lágrimas de felicidad que pronto serán borradas por las risas provocadas por los payasos, en un nuevo acto gracioso que hila el espectáculo.
La única forma de apagar los aplausos, es con la retirada de las figuras. En ese momento te das cuenta que las casi tres horas se fueron volando y que si pudieras, volverías a pagar lo que fuera por sumergirte en el espectáculo. La gente sale del poliedro rozagante, entre abrazos y energía.
-¡Chama! ¿Esos binoculares funcionan?
El grupo de chicas va a la próxima función y ya se dispone a entrar.
-Dale, cómpralos – les sugiero. Después de todo, es parte de la magia y la experiencia de Cirque Du Soleil en Caracas. Hay que vivirlo completo.

Texto publicado en la página 33 de Diario Primicia (Puerto Ordaz)
 05 de mayo de 2013


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