viernes, 31 de mayo de 2013

Quiero ser farandi

Cada vez que digo que quiero ser farandi, las mujeres me lanzan miradas de profundo reproche. La verdad es que no puedo evitarlo; es un sentimiento más fuerte que yo.
Me remitiré al portal TuBarranco.com para iniciar mi disertación. Allí explican que "las farandis mujeres tienen todo operado: senos, nalgas y nariz. Además usan extensiones en el cabello, uñas postizas de 3 cm de largo y sólo se quitan los tacones de 15 cm para meterse a la playa". Sé que soy defensora del poder femenino, aunque tras 26 años en un cuerpo no agraciado, la idea de estar hermosamente operada no me molesta demasiado. Es que estar buena debe ser maravilloso y si yo lo fuera una de esas mujeres explotadas, lo aprovecharía al máximo. 
Primero, tendría BlackBerry. Actualizaría el PIN con fotos sugerentes para que los hombres me recuerden y en el momento menos pensando escribiría un "Quiero sushi!!!". Con el delicioso pescadito crudo tan caro, la felicidad de que te lo regalen se sentiría en mi bolsillo. 
El rango de las finanzas es amplio: cafés, salidas al cine y cuanta actividad "cultural" se me ocurra correría por cuenta de otros, buenísimo para esta temporada de ahorro que es cada vez más difícil. 
Si estuviera buena, cumpliría una de mis más grandes fantasías: participar en el Miss Venezuela. No tiene nada que ver con la satisfacción de ser la mujer más bella del país, ni nada por el estilo. Es que hay algo que me llama en el: "¡Buenas noches, Poliedro de Caracas!". Después de decir eso, saldría corriendo a comerme una hamburguesa.
No dude nunca que ser farandi le abre muchas puertas. Una sonrisa, un escote, una cosa... Es facilito pagar sin hacer cola, entrar a lugares donde prohiben el acceso e incluso, huir de los policías matraqueadores.
Pero la realidad es que no estoy buena y dudo que algún día lo esté. Me toca vivir en este cuerpo, estos senos, estas nalgas, esta nariz; mi cabello sin extensiones, mis uñas cortísimas y mis pies planos que no aceptan tacones por más de una hora. 
Dicen por allí que debería ser súper amable, risueña y simpática para compensar mi desgracia. Por eso doy gracias por ser inteligente. Me da una media carta blanca y abierta para lanzar mis comentarios sarcásticos. Sino, mi vida sería de verdad sería triste. 



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